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OPINIÓN

¡Qué farsa la política colombiana!

02 de febrero de 2014

Abelardo De La Espriella

Abogado, empresario y escritor

Canal de noticias de Asuntos Legales

En Colombia casi todo está a la venta. La política es una de las “mercancías” que más se mueve por esta época: el mejor postor obtiene los votos, y quienes negocian los sufragios no tienen derecho a reclamar nada de aquellos a los que eligen de forma espuria. Lo terrible de toda ese funesto trueque es que los contratos estatales y el manejo ilegal de la salud y la educación, entre otros entuertos, son los que, a la postre, subsidian las ansias de poder y riqueza de los que ven en la democracia un botín lleno de oportunidades para utilizar en beneficio propio. Los votos del pueblo se compran con los recursos del pueblo.

Otro de los elementos determinantes que dan cuenta de la decadencia en la que está sumida nuestra política (aparte de los ríos de plata que corren en una campaña) es la falta de coherencia de quienes la ejercen. Nunca como hoy la política había caído tan bajo. Esta seudodemocracia en la que vivimos no se ha caracterizado por tener partidos fuertes, comprometidos con una seria oposición. Desde el Frente Nacional, la mermelada de la que se habla con tanto desparpajo por estos días ha existido en otras presentaciones, y todos los gobiernos la han repartido a sus anchas, lo que ha contribuido a que impere un malsano unanimismo. La base de la democracia es el disenso. Con excepción del Polo, en los últimos años, todos los otros partidos se han “acomodado”.

Lo cierto es que la compra de conciencias no había llegado al extremo delirante que hoy nos asuela, y mucho menos había sido manejada con semejante cinismo. La mermelada de la politiquería es más popular que la de untar, y nadie parece escandalizarse por ello. A la repartija de gabelas, posiciones burocráticas y cupos parlamentarios hoy se le conoce con el nombre de Unidad Nacional, unidad para mantener intactos los intereses de unos pocos y no para buscar el bien común como debería ser. Utilizando la mampara de la paz, nos quieren hacer creer que les duele el país. ¡Pura paja! Y que conste que apoyo el proceso con las Farc.

La incoherencia política es el punto de partida de la corrupción, porque los ideales se terminan canjeando por puestos y jugosos contratos. En Colombia no hay partidos serios como en otras latitudes. Aquí solo contamos con grupos de políticos que se reúnen en torno a un nombre común, sin ideología de ninguna clase o con ideologías disimiles incluso, tratando cada quien de sacar su tajada del pastel. Al final, esa falta de coherencia es la que ocasiona que el bolsillo piense más que la razón. Lo peor de todo es que dicha práctica es promovida y patrocinada por las cabezas del Estado. ¡Qué tristeza! 

El próximo acto de la tragicomedia de insensateces en la que se convirtió la política colombiana es la selección del candidato vicepresidencial. Tomen nota: el ungido será Vargas Lleras; de no serlo, Santos se expone a que su exministro abra tolda aparte y ponga en grave peligro la reelección. Vargas Lleras aceptará encantando, no sin antes hacer varias exigencias burocráticas, a pesar de que su posición frente al proceso de paz es contraria a la del Presidente: Santos quiere negociar; Vargas Lleras, derrotarlos por la vía armada. Santos, por su parte, no tendrá otra opción, a pesar de saber que Vargas Lleras puede llegar a ser otro Francisco de Paula Santander. ¡Incoherencia política en su mejor expresión!

El poder para la mayoría de los políticos es la prioridad y en ello radica la maldición de Colombia.

La ñapa I. El hacinamiento que hay en las cárceles colombianas es una vergüenza incluso, en una seudodemocracia.

La ñapa II. La dictadura de Cuba ofició como anfitriona de la cumbre de la Celac. Otro ejemplo de incoherencia política.

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