La guerrilla sabe que tiene al Gobierno en sus manos: el presidente Santos ha hecho todas sus apuestas a la salida negociada al conflicto, al punto que su agenda política nacional e internacional gira en torno de la anhelada paz. Aunque el Gobierno tiene otros frentes en los que ha dado buenos resultados (por ejemplo, en materia de infraestructura vial), la respetable obsesión por la paz ha llevado al primer mandatario a desplazar logros de su propia administración que bien podrían aumentar las cifras de aprobación y la percepción que de su gestión tienen los colombianos.
El tiempo apremia. Entre más se dilaten las conversaciones, el proceso sufrirá daños irreparables, y, si como lo ha manifestado públicamente el Presidente, lo que se pretende es buscar la refrendación popular de los acuerdos, como van las cosas, los únicos votos a favor de los mismos, serán el del doctor Santos, sus ministros y los de la izquierda. La gran paradoja de todo este asunto es que un proceso de paz tan complejo no se puede arrear a los coñazos, porque el remedio puede resultar peor que la enfermedad.
Desde el inicio de la instalación de la mesa, el Gobierno ha querido transmitir (apoyado por los medios de comunicación y de buena voluntad, creo yo) la idea de que todo este esfuerzo es más fácil de lo que en realidad es. Lo cierto es que hay puntos de la agenda supremamente difíciles que no se pueden pasar por alto y que no se resuelven de la noche a la mañana. El hecho de que vayan a La Habana los generales, las víctimas, políticos y personalidades de distintos ámbitos no implica que la solución del problema esté a la vuelta de la esquina.
La gran falencia del Gobierno en el proceso de paz, (además de un liderazgo definido y contundente) ha sido la imposibilidad de establecer un canal de comunicación adecuado y coherente, que le permita a la gente entender de qué se trata el proceso, hacia dónde va, cuáles son las ventajas que implica, y cuál es la diferencia entre un acuerdo y un sometimiento.
Me lo dijo hace varios meses Álvaro Leyva Duran, quizá el colombiano que más experiencia tiene en temas de paz, por su conocimiento de las causas que dieron origen al conflicto, y por sus más de 30 años de interacción con la guerrilla en la búsqueda de una salida negociada a la guerra: “A este proceso le faltan mínimo 2 años más para culminar”. La cosa, pues, no es tan sencilla.
Hay tres caminos: 1. Negociar en medio del fuego cruzado, tal cual se viene haciendo, empleando el tiempo necesario para finiquitar todos los temas de la agenda, mientras la sangre corre a raudales 2. Pactar un cese bilateral y, de manera simultánea, establecer un plazo máximo para la firma de los acuerdos. 3. Mandar todo al carajo y levantarse de la mesa. Panorama complejo el que tenemos por delante. La solución de este entuerto requiere una gran dosis de imaginación y valentía.
Estoy convencido de que es más fácil hacer la guerra que la paz.
La ñapa I: No logro entender cómo en Colombia se celebran los triunfos deportivos matándose los unos con los otros.
La ñapa II: La economía colombiana empieza a presentar inequívocos síntomas de desaceleración. Como están las cosas, a finales de este año, el país estará abocado a una crisis. Ojalá y no sea así.
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