No quiere decir que no exista el dopaje, que no esté en contra de esta práctica, pero todos esos reportajes no dejan de ser una narración de situaciones conocidas y poco investigadas generalmente manejadas con mucho sensacionalismo y poca profundidad.
La realidad, al menos en Colombia es bien distinta. El deportista que tiene la mala fortuna de presentar un resultado analítico adverso, está prácticamente condenado de antemano. La defensa de estos deportistas es compleja, costosa y las autoridades encargadas de impartir justicia deportiva no ayudan en nada.
En el evento de presentar un resultado analítico adverso por una sustancia prohibida, el deportista recibe una notificación en la que se le indica que en determinado control al dopaje se detectó una sustancia, las sustancias usualmente son genéricas y sus nombres largos y enredados son totalmente desconocidos para los deportistas. Dicha notificación indica que el deportista TIENE DERECHO a abrir la muestra B, otro frasco con la misma muestra entregada para confirmar el dopaje. No es cierto que el deportista tiene derecho a la apertura de la contramuestra, debe pagar casi US$1.000 para ejercer ese derecho. La mayoría de deportistas no tiene esas sumas de dinero y prefiere renunciar a esta oportunidad. Es en el único proceso que se cobra por acceder a una prueba.
Posteriormente, si, para su defensa, quisiera analizar los resultados de laboratorio de su muestra, nuevamente deberá pagar algo más de US$100 para que el laboratorio le entregue una copia, copia que ya existe.
La práctica del laboratorio colombiano es absolutamente oscura, nadie conoce los especialistas y la forma en que se realizan los análisis está dictada por el capricho de la directora que en ningún momento colabora con el deportista ni ofrece información alguna.
Los análisis pueden detectar no solamente las sustancias prohibidas, sino sus metabolitos, un metabolito es un derivado de la sustancia prohibida, ahora bien, nadie sabe a ciencia cierta cuales son los metabolitos de determinada sustancia. En el caso colombiano, es el propio laboratorio que indica cuales son los metabolitos de determinada sustancia, sin investigación alguna, sin el menor análisis y sin la posibilidad de preguntar absolutamente nada.
Aparentemente el laboratorio es infalible, pues los aparatos no se calibran y no tienen fallas; nadie sabe dónde han estado almacenadas las muestras, he tenido casos donde durante tres o cuatro días se ignora el paradero de los frascos y la respuesta del laboratorio es tan simple como “no pasa nada”, un frasco perdido no puede crear una sustancia prohibida.
La cadena de custodia, en el caso del laboratorio colombiano, es absolutamente inexistente, cualquier persona puede manipular las muestras sin que nada ocurra pues la respuesta será la misma.
La mayoría de dopajes son involuntarios, un quemador de grasa, un medicamento contra la gripa, alguna medicina para el dolor y frente a una dictadura como la del laboratorio no tiene más alternativa que esperar dos años pues defenderse resulta supremamente costoso y las posibilidades de éxito son absolutamente remotas.
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