Quien juega al fútbol de manera profesional o simplemente aficionada, se ve enfrentado a varios peligros. Se ha analizado esta situación desde varias perspectivas sobre todo desde la óptica de la responsabilidad civil y por supuesto penal. No es lo mismo una fractura en un lance normal de juego (no olvidemos que el fútbol es un deporte de contacto), que una lesión seria por un hueco en el lugar de entrenamiento o que una fractura en la nariz por un codazo una vez ha terminado el partido.
Una forma de atenuar algunos accidentes y lesiones es la utilización de equipamiento moderno que mitigue en alguna medida parte de los riesgos de este bonito juego; canilleras, botines con tacos adecuados para cada terreno de juego y prendas con fibras de alta tecnología que protegen a los jugadores de las inclemencias del clima.
El futbolista profesional, empleado sujeto a la legislación laboral, es destinatario de normas complementarias a su contrato de trabajo que lo protegen de diversos riesgos, salud, pensiones y riesgos laborales, entre otros. Pero como es usual en Colombia, muchas normas se obedecen pero no se cumplen.
Tal vez por cultura o por descuido, los clubes olvidan que como empleadores tienen responsabilidad en estas materias y aunque parece absurdo que insistan en incumplir las normas de protección en el trabajo, cuya omisión los ubica en eso que los laboralistas llaman el 216, la famosa culpa patronal o el deber de indemnización plena de perjuicios; prefieran correr el riesgo.
Por eso quiero volver sobre un tema al que me referí hace unos meses en esta columna y es el deber de los empleadores de proveer a los jugadores guayos adecuados. Un par de estos implementos de trabajo, indispensables para la labor, es decir, para el juego, pueden costar más de $1 millón, poco menos de US$300 y duran poco más de tres meses. Ahora bien, el salario de muchísimos jugadores es apenas el salario mínimo, por lo que se ven obligados a jugar en condiciones inseguras, con calzado que en muchas ocasiones no es adecuado, ni profesional o está en mal estado y que, claro, los expone a accidentes y lesiones.
El riesgo de no utilizar los implementos adecuados es muy alto. Un serio análisis médico podría evidenciar que lesiones recurrentes de músculos y articulaciones tienen una correlación directa con la calidad del calzado. De otra parte, es muy curioso que a pesar de que unos guayos desgastados o de mala calidad impactan en el rendimiento del jugador e incluso lo podrían poner en desventaja con el rival, los clubes no reparen en ello, sobre todo cuando, parte de la innovación tecnológica en el fútbol, está a los pies de los jugadores.
La permanente discusión, al menos en Colombia en el fútbol profesional es quién debe entregar estos implementos. La tradición indica que es el jugador quien los consigue como puede y con lo que puede, total muchos aprendieron a patear descalzos, se han luchado un patrocinio o se dan la pela de no hacer mercado para poder jugar.
Hasta aquí nada sorprende ¿verdad? La pregunta está en qué están haciendo las administradoras de riesgos laborales al respecto. Sería deseable que en el marco de la implementación del Sistema de Gestión de Seguridad y Salud en el Trabajo, sobre todo al momento de emitir las certificaciones, se verificara si los clubes empleadores cumplen con el suministro de elementos de protección personal para los trabajadores, ¡los guayos! y así desincentivar la práctica de hacerle gambetas a la las normas que protegen la salud de nuestros deportistas.
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