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OPINIÓN

Somos víctimas del divorcio por un mal matrimonio

30 de mayo de 2014

Canal de noticias de Asuntos Legales

Todo era felicidad y júbilo, el actual Presidente, lanzaba semiológicamente su candidatura en plena luna de miel con el presidente Uribe y sus compañeros de gabinete, donde también se encontraba quien fuera Ministro de Hacienda, el actual candidato Óscar Iván Zuluaga. Todos sin excepción juntaban sus brazos y celebraban con bombos y platillos el matrimonio del que hoy quedan alrededor de 48 millones de huérfanos.

Sin soltarse las manos, Francisco, Juan Manuel, Óscar Iván, Álvaro y todos los colombianos, celebrábamos esa unión que nos devolvía a personas que habían sufrido inclementemente, algunas incluso más de 10 años retenidas en los más recónditos y despiadados rincones de nuestro selvático territorio. Todo era paz, el vino y el ponqué, no podía compararse si quiera con los exuberantes manjares servidos en el hospital de Meissen, y la ilusión, por primera vez, aparecía en un panorama triste en el que Colombia no había estado en el mundial de fútbol.

Los asistentes a la fiesta, algo enguayabados, depositábamos nuestro voto para que ese matrimonio se mantuviera. Se veían tan felices, tan amigos, tan compaginados, que nadie creía que aquella unión pudiera romperse; pero si, la Mosa Gorda venezolana, apareció en el panorama samario y sabiéndolo y disfrutándolo, comenzó una guerra de celos de la cual hoy todos somos testigos.

Algunos visionarios conscientes de lo que se venía emigraron; unos se fueron del país y pidieron asilo en Panamá, otros fueron a la cárcel a visitar a algunos amigos de tertulia agrosegura, otros volvieron al monte cuando vieron que Bogotá quedaba en las manos de Petro, unos llamaron a J.J. para mandarle los ahorros de toda una vida y a algunos les “chuzaron” sus teléfonos y hasta se metieron a sus fotos de Facebook. El hecho, es que sin saber por qué, la Mosa revolucionaria había desequilibrado lo que alguna vez parecía irrompible. 

Chisme va, chisme viene, los hijos empezamos a tomar partidos por nuestros papás. Por un lado, el tío pacho nos deleitaba con todos su juegos de playstation ultrawow y por el otro Angelino nos montaba en business en todas nuestras vacaciones programadas. La canción del matri, que había sido “a mí no me pagaron, yo vine porque quise”, se había cambiado tristemente por la copla ronca de la mosa bolivariana que desmentía su romance haciéndonos creer que era “su mejor amiga”. 

Para nosotros no era fácil ver cómo papá y mamá intentaban destruirse por culpa de la mosa desquiciada. Día a día, los problemas eran mayores; el fondo era el mismo, pero ellos empezaron a pelear por otras cosas. La foto en calzoncillos, el protagonismo, uno quería mandar pero ya no podía, el otro negociaba cualquier decisión hasta para comerse un perro, uno caminaba con poncho y sombrero, al otro le gustaba más el turbante de Piedad, en fin, problemas que en últimas eran excusas para alejarse.

¡Y sí que lo hicieron! Papá y Mamá, que nunca habían tenido un “negros tenés los ojos”, hoy se tratan prácticamente a las patadas y mientras el tío Germán con medio cigarro en la boca cachetea como puede a todos los que vienen del otro lado, nosotros corremos desorientados a comprar el trago mundialista que por la “ley seca” no podremos tomarnos.    

Lo único cierto, es que 48 millones de hijos entre los cuales hay menores de edad, ovejas negras, estudiosos, unos no tanto y algunos primos lejanos del polo, nos vemos en la triste necesidad de escoger con quién nos vamos. El papá que puso cachos por la decepción de ver a la mamá mal parqueada, o la mamá que de plano le rompió los huevitos al papá quién además está muy ofuscado viendo para qué lado tomamos.

Sea cual sea nuestra decisión, ojalá les vaya bien a nuestros papitos, porque lo que es seguro es que si ellos triunfan, también lo hacemos nosotros. 

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