La reciente fiesta de independencia ha dejado un fétido sabor a la hora de evaluar el curso histórico por donde va navegando el barco de la democracia nacional mientras entre sus últimas jugadas unos sorpresivos representantes de nadie van tejiendo las políticas de Estado como en una partida de parqués, en donde lo único importante es lanzar los dados y a lo que marquen, esperar que nadie esté al acecho.
Y es que no es difícil imaginar ese barco llamado Colombia dejando que la corriente decida el rumbo del capitán viajero que con guitarra en mano entona los más armoniosos acordes de una noche de jugadas memorables que sonrojarían hasta a los que no se han robado un solo peso.
En la mesa principal, encima de la placa conmemorativa a algún expresidente, no es descabellado imaginar a un Gaviria dichoso por haberse acabado de comer a Órdoñez en aquel juego de parqués en el que hasta los más radicales tienen cabida en las toldas del glorioso partido liberal cristiano. “La coherencia en marcha”, sería el slogan que desde su cuarto de guerra recomendaría el hoy aspirante a la alcaldía de Medellín Daniel Quintero, quien entre esos dinámicos ires y venires partidistas terminó metido de carambola en este barco.
¡El turno de lanzar es para Macías! Grita Pastrana mientras le imprimen el certificado como máxima autoridad en manejo de procesos de paz, algo así como el sexto mejor alcalde del planeta, otorgado hace algunos años a Petro, quien en un rincón medio oscuro de la proa, cuenta algo en unas bolsas plásticas negras mientras critica duramente a los delfines políticos que han buscado los votos de sus padres para llegar a alguna gobernación.
Al lado, en la silla de Santrich lo único que quedó fueron sus gafas y los vergonzosos excesos, desgarradores delitos y un escupitajo en la más importante oportunidad de corrección del rumbo de ese barco. De un momento a otro, siento un golpe fuerte en mi imaginación, es Marta Lucía hablándome directamente, “A ver señor Hadad pero bueno, estamos hablando de los que nunca se han robado un solo peso”. Pero yo no soy Hadad -la increpo- soy Hoyos señora Vicepresidenta. ¿Samuel? Me cuestiona duramente. No señora, Samuel es mi hijo mayor de tres, le respondo. ¿tres?, ¿Acaso usted es Venezolano?, me interrumpe. Yo solo la abrazo.
Hay un duro estruendo en mi imaginación. El barco acaba de golpearse con la placa del expresidente Uribe; Macías quien tenía el turno de lanzar los dados sale corriendo y peleando por un paracaídas. La gente no entiende lo que pasa, asustados más por el comportamiento de Ernesto que aún no se percata que está es en un barco. Él en su cabeza corre intensamente buscando su paracaídas “el último” para salvarse, pero no lo encuentra. Busca apresurado en las bolsas de Petro, en los cheques alimentarios de Hollman, en los modales de Vargas, hasta en unas viejas tirantas que había dejado Gerleín. ¡Nada!, Macías con el micrófono encendido solo grita que él nunca se ha robado un solo peso.
El movimiento era caótico, unos empuñaban con más fuerza su instrumento; a otros les quitaban el aval de sus partidos políticos; el ministro Botero hacía anuncios; María del Rosario aplaudía; la economía naranja parecía aún estar en semilla; Marta Lucía manejaba sola su Twitter; y la lluvia torrencial inundaba ese barco sumido en la mayor incertidumbre comunicativa de los últimos tiempos.
-Suena la alarma- ¡miércoles que felicidad!, tomamos aire y al parecer todo fue un sueño. Ya más tranquilos en la realidad veremos a Iván en su periplo por China.
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