La reciente distinción otorgada a una robot, la condecoración de un policía retirado a un líder espiritual, el reconocimiento al maestro Maluma por su aporte cultural a la humanidad, las decenas de medallas tramitadas en el Congreso para el amigo del amigo y un sinnúmero de llaves de la ciudad que no abren o cierran ninguna puerta, nos hacen reflexionar sobre la necesidad inmediata de crear honores que verdaderamente exalten las fortalezas nacionales como sinónimo garante de innovación y desarrollo.
Y es que sin necesidad de enaltecer el lozano atributo de Antanas, casi tanto como la cabeza de Juan, los colombianos a diario somos testigos de múltiples razones para premiar a sonados nombres que bien sea por su decencia, como la de Abelardo; o por su simpatía, como la de María del Rosario Guerra; o por sus convicciones sólidas, como las de Roy; o por su lealtad, como la de Gaviria; vemos cómo nos inundan de titulares al son de las ocurrencias propias de nuestra idiosincrasia y desparpajo.
Sin olvidar que el “sexto mejor alcalde del planeta” con la humildad característica del nazareno, podría hacerse al sonado galardón por mejor Gerente de toda la Vía Láctea, o que la Cruz de la mesura esté en manos de alguien con un solo Cabal, o que el “Oso de oro” a la tolerancia lo ostente en su santuario algún exprocurador de avanzada, y que el Miss Universo a las buenas maneras lo presuma algún hormonal abogado excéntrico con nutridos ademanes; la opinión pública se deleita una y otra vez con el potencial histórico de los exponentes coyunturales de nuestra realidad nacional.
No hace falta que la entrega de estas distinciones sean en un bello establo para darnos cuenta de que el disco de platino a los boleros más sonados de Hollman son un invento más de la inteligencia británica que viene a cortar el vuelo de la bella Paloma, que aunque extasiada por el don de la palabra, tendrá que controvertir con escritores de novelas de prostitución y mafia, y uno que otro creativo que jura que cuenta con ocho millones de adeptos genuinos.
El premio “Puskás” a mejor gol sin ninguna duda nos lo metieron quienes manejaban las reventas de las boletas de la Selección Colombia, los cuales en su siempre inocente sonrisa competían por el Golden Globe otorgado a Vargas Lleras por “toda una vida de enorme simpatía”, premio que en algún momento lo alcanzó a ostentar Rodrigo Lara, quien debió conformarse con el también codiciado “Príncipe de Asturias”.
El “Teen Choice Awards” de Roberto Gerlein, también podemos alardearlo con el “Premio Webby” de nuestro nuevo embajador en Washington, quien virtualmente le entregó “la Palma de Oro” a Fajardo, concedida para que decididamente no se queme los crespos cuando visite las ballenas.
La lista, que podría continuar interminablemente entre la “Bota de oro” para Navarro, el “Nobel de literatura” para los poemas de Roy, el premio a “la Alegría de vivir” para Navas Talero, o el Cheers Karaoke con Jorge Enrique Robledo, hoy cual suave retaguardia de Antanas debe marginarse porque entró una llamada premiándome también y ya por quinta vez, con “las vacaciones soñadas para usted y su familia”. De ese tumbe, ya hablaremos después.
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