En los países serios, este planteamiento no sería novedoso ni necesario, puesto que la democracia se debería afianzar a partir de las propuestas, la coherencia y el sentido para dignificar el futuro de las naciones. En Colombia, tristemente y a pesar de una naciente conciencia crítica y fundamentada, aún hay vestigios polarizantes que se dejan marcar por el voz a voz y los titulares trabajados en bodegas creativas que generan miedo, confusión, o peor aún, lastres tendenciosos que deslegitiman el ejercicio democrático con ruidos demarcados.
Es ahí donde el criterio ciudadano tiene que entrar con ojo crítico y calificado, y ver según su valioso pensamiento y opción, sea cual sea, que cumpla las expectativas trazadas para asumir semejante rol que sin duda impacta en las vidas de los votantes y sus familias.
Esta campaña ha padecido varios tintes estratégicamente acordados que tienen como fin único, ocultar las necesidades de un país que en la actualidad, demanda algo más que el muy válido afán por no convertirnos en Venezuela. La propuestas por el medio ambiente, por la equidad de la mujer, por la economía, el campo, la salud, el turismo, el deporte, la seguridad, la infraestructura, la justicia, las pensiones, el trabajo social, la defensa de los niños, el transporte, la institucionalidad, etc; aún no hemos podido dimensionarlas, y algunos, ya con firmeza salen a cazar peleas en redes sociales y en encuestas, sin tener una decisión fundamentada en un programa de gobierno y la defensa de sus ideas.
Sin exagerar, Colombia en este momento de su historia tiene la enorme responsabilidad de decidir qué camino asumir con las condiciones que tiene en la actualidad. La paz ¿sí o no?; la corrupción ¿la acabamos o la promovemos?; el medio ambiente ¿lo perforamos o lo cuidamos?; los jóvenes ¿les damos educación y trabajo, o que miren a ver qué hacen?; el avergonzante negocio del Icetex ¿lo mantenemos o lo acabamos?; el turismo, ¿seguimos metiendo camionetas en caño cristales o lo cuidamos y promovemos?; la salud, ¿seguimos dejando que la gente se muera en las filas de urgencias o hacemos algo sensato?; los trámites engorrosos para los ciudadanos, ¿los simplificamos o los incrementamos?; el apoyo a los emprendedores, ¿qué emprendan su propia huida o los potencializamos?; la pequeña y mediana empresa, ¿la quebramos o ayudamos?; la justicia ¿hacemos piruetas para unificarla o la organizamos?; el socialismo, ¿nos ponemos la boina o nos arreglamos para salir trabajar sin pereza?; la censura y hostigamientos a periodistas y sociedad civil ¿que manden notas de disculpas o castigamos con rigor?; la mermelada, el sonsonete y los contratos amañados, ¿construimos puentes de judicialización efectiva o que mejor se caigan?; la casa para la mamá de los deportistas, finalmente, ¿se la vamos a dar o seguimos comiendo almendras?
Sin duda la política y sus movimientos se han ganado el puesto al “sexto mejor alcalde del planeta” a cuanta artimaña oscura, dinámica y deplorable se utiliza para soportar las fichas de un ajedrez que sin compasión sacrifica a diestra y siniestra el tiempo de una nación que merece contar con alguien que dignifique y lidere con preparación, trayectoria, coherencia, aplomo, resultados y compromiso, los senderos de una Colombia invisible, marginada por otras temáticas que generan miedo y no dejan ver la problemática real de un asunto tan delicado como el futuro de Colombia.
Sea cual sea su opción, además muy respetable, lo invito para que sin apasionamiento visualicemos en manos de quién queremos dejar el presente histórico de un país que claramente necesita aislarse de un pasado cargado de violencia, corrupción, artimañas, cuestionamientos y amiguísimos. Votemos con responsabilidad y con conciencia, votemos no por tendencias fundamentadas por el miedo o los extremos; no votemos en contra, votemos responsablemente como cualquier persona de la calle.
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