La enorme polarización que vive el país, está llegando a excesos reprochables que no alcanza a dinamizar el costo de una campaña que aún ni comienza su recta candente. Oposiciones desmedidas en sus formas de controversia, usando la violencia como método para hacerse sentir; candidatos que promulgan descalificativos personales para deslegitimar una posición; estrategias de comunicación destructiva con batallones de seguidores cuyo fin único es amedrentar editorialmente; mercados para tomar una foto repleta de gente “feliz”; ataques infames a medios de comunicación y periodistas; exagerada victimización; y uno que otro montaje malogrado que la opinión pública da por sentado, son las constantes que hemos visto hasta hoy, en un camino al que le faltan tres largos e inciertos meses.
Todas esas estrategias, comportamientos, mensajes y extremos, han generado una cólera colectiva y gran temor por opciones que en el fondo se atraen y necesitan para hacer que los electores no necesariamente voten a favor del candidato que les guste, sino en contra del que aborrecen. Ya hemos visto que a mayor ataque entre extremos, más suben ambos en las encuestas, casi que menospreciando la capacidad analítica del votante consciente y llevándolo a un espectro de miedos infundados y construidos en comités de estrategas exitosos con esos métodos.
Se ha puesto a pensar ¿qué pasaría si a conciencia y con convicción vota por el candidato que le gusta realmente?; ¿no cree usted que su voto es la única herramienta que tiene para hacer valer sus derechos?; ¿ha imaginado lo constructivo de este ejercicio si lo hace sin dejarse robar la esperanza?
Amigo lector, usted y yo tenemos la más grande responsabilidad con el futuro del país así le suene a frase trillada. No permitamos que la polarización desfigure el panorama, o por lo menos la ilusión, en esas ofertas aparentemente diferentes de ambos extremos, al final, sea en tres meses o en cuatro años, el polo opuesto al que “castigamos” votando en contra, será la otra opción democrática que entre nosotros mismos y sin darnos cuenta, estaríamos avalando.
Cuando usted se cuestione “no entiendo qué pasa con esas encuestas”, sepa estimado amigo que usted podría tener una enorme responsabilidad en esos ejercicios. Su temor, infundado por lo que le cuentan, hace parte de ese espiral del silencio que modifica tendencias abruptamente con un par de leyendas urbanas que en la lucha por la corona, endiosan a alternativas que el país pudiera no necesitar en una nueva era que aclama con las mejores maneras, la mesura, el carácter, la efectividad y la trayectoria.
Estamos cansados de la corrupción, de las malas maneras, de la política carroñera y rastrera que cree que un voto se puede comprar con un mercado, de los que prometen escuelas y no hacen ni 1% de lo que les toca, de quienes pierden constantemente la inteligencia y el cabal, de quienes tienen la guerra hasta en su apellido, y sobre todo, de quienes históricamente nos han castigado con más de 50 años de atrocidades y despropósitos.
Es el momento histórico de poner a nuestras futuras generaciones por encima de nosotros mismos, llegó con urgencia el tiempo de la conciencia y de la responsabilidad enorme de enderezar el rumbo de un país que no va para nada bien. Sin negociar nuestros principios, sin ceder ante la presión, salgamos a la calle y votemos con convicción; ejerzamos con rigor el deber y el derecho que tenemos de escoger el país que queremos y no el que nos toca.
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