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OPINIÓN

Pesadilla bajo la nieve capitalina

07 de noviembre de 2017

Andrés Felipe Hoyos

Analista y periodista
Canal de noticias de Asuntos Legales

Agobiado por el escenario político que está consumiendo cada titular de prensa, decidí revelarme y hacer un pare con el fin de dejar de ver y leer, sobre cada coscorrón humano hecho firmas; detractores tapándole la boca a las malas a otros con una mordaza; niños pataletudos, rojos de la piedra, cazando coyunturas para dilapidar la oportunidad que desaprovecharon; delincuentes que se ofenden y entutelan porque les recuerdan su pasado inmediato; una paloma que no vuela; una señora que perdió su Cabal; tipos que no saben si hacer campaña o ver qué tienen pendiente con la justicia; en fin, un circo completo que descontrolaría la mismísima prudencia de Francisco cuando el conductor del papamóvil frenó abruptamente en la ciudad de Cartagena.

Nevaba en Bogotá, era de noche, había decidido por centésima vez darle la última oportunidad a Rappi para que trajeran una flamante hamburguesa mientras leía al final de mi chat, en la cadena mortal del Diclofenaco, que si reenviaba esa información con la palabra “Amén” a 100 amigos podía salvarme del maleficio de la vacuna. El domicilio, aunque parecía estar retrasado por el paro de pilotos de Avianca, terminó siendo a causa de los muñecos de nieve que adornaban cada comercio de la avenida caracas.

El frío era intenso, no ayudaban ni las descripciones de Esperanza Gómez que furiosa relataba por qué le habían cerrado su cuenta de instagram. Aburrido, con más hambre que el asesor de las juventudes con Galat; ya con la esperanza perdida, decidí prender el televisor: Estaban dando “Protagonistas de novela”.

En escena se veía un momento aparentemente tensionante en donde había más quórum que en el Congreso. 18 Almas mirándose con desconfianza esperando a que el más pequeño hiciera una seña para que todos votaran por el que él dijera, acto seguido de una señora gritándole “vagos” a sus compañeros porque no habían estudiado para una prueba de desempeño en la cual debían agarrar a golpes a un carismático participante con evidente deseo de llanto en sus ojos.

Había de todo, improperios y pasiones de todo tipo. Parecían haber comunidades secretas que interceptaban y vendían mensajes de amor entre los participantes y así mismo carteles sociales que discriminaban a determinados individuos que tenían una camiseta de color diferente mientras recibían un video de sus familias.

El cartel de las tirantas es el que más recuerdo. Era una pequeña secta de hombrecitos apachurrables que quemaban sus libretos como huelgas pedagógicas porque no podían dormir entre ellos. El más grande, parado en un container de luces lanzaba profecías al único representante del cartel de la boina; autodenominado el sexto mejor actor del programa, y reprochado por no haber movido un solo dedo, imposibilitando y criticándolo cada movimiento en los 4 meses que llevaba al aire el programa.

La situación era insostenible, gritos de un lado y del otro, en donde el presentador con porte de ex cónsul ponía a prueba toda su diplomacia para aplacar a la más pequeña de las participantes que gritaba sin parar a uno de los jueces, fuertemente criticado por la extraña elección de su proceso interno de meritocracia.

Todo estaba “patas arriba”. El domicilio finalmente no llegó, mi cabeza no paraba de jurar que por última vez al siguiente día y ahora sí definitivamente, iba a darle la oportunidad final a esa aplicación. Mientras tanto inquieto, haciendo trizas mi deseo de pensar en otra cosa, no supe si cambié el canal, o me paré pidiendo firmas por el instagram de Esperanza.

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