Es precisamente cuando todo parece estar perdido, que no se debe perder el control, ni tomar decisiones desesperadas. Son estos los momentos en los que el temple y la convicción deben ser los timoneles que dirijan el barco a puerto seguro. La final del mundial nos da un perfecto ejemplo que no hay que perder la calma y no se debe renunciar sin más a lo se ha venido construyendo, sin dejar de lado la posibilidad de siempre adaptarse a las circunstancias, pero convencidos que se camina por el sendero correcto.
Argentina se venía imponiéndose en un partido perfectamente planificado y jugado, con dos goles a favor y teniendo bajo control a un magnífico rival que no encontraba la forma de zafarse de un sorprendente contrincante.
Pero, de un momento a otro las cosas cambiaron; a la albiceleste el físico le pasó factura, las marcas comenzaron a aflojar, a Francia los cambios le comenzaron a funcionar y apareció M`bapé quien ávido de fútbol empató un partido imposible; y quien dijo miedo, el pánico cundió en la fanaticada, pero ni el técnico ni los jugadores cayeron en el desespero ni tiraron todo por la borda, aguantaron y siguieron fieles a su estilo de juego, el que los había llevado a la final, hicieron los cambios se adecuaron a las condiciones del partido y lo sacaron adelante, nunca se descontrolaron. Esa filosofía, deberíamos seguirla.
Acabamos un año donde empezamos con un partido aparentemente controlado o por lo menos manejable, y de un momento a otro pareciera que se nos va de las manos; que luego de una pandemia aparentemente bajo control, una guerra inesperada dispara la inflación nivel mundial y rápidamente llega a Colombia, se dispara la tasa de cambios aupada además, por un cambio de gobierno que se enfrenta a circunstancias excepcionales propicias para pensar en medidas desesperadas.
A pesar de ello, como la selección Argentina, no es el momento de desesperarse hay que aguantar y pensar los cambios; no es la hora de dejarnos seducir por los cantos de sirena de una intervención del estado en la economía a ultranza. No es una política de control de precios o que el estado se convierta en agente económico lo que nos va a ayudar a sacar el partido adelante, es el momento de aguantar y dejar que las instituciones cumplan con sus funciones.
Colombia, desde la constitución de 1991, cuenta con instrumentos regulatorios y de mercado que pueden ayudar a controlar y reversar la tendencia alcista de los insumos para la producción de bienes y servicios, al final, el precio es la suma de costos, gastos y margen los cuales dependen de qué tan competitivo sea el mercado y que tan eficiente sea la regulación.
Tenemos normas y autoridades de competencia y consumidor, comisiones de regulación y un mercado al debe dársele señales adecuadas para ajustar su funcionamiento, pero no hay que echar todo por la borda. Se viene un año difícil, pero al partido aún le falta y si nos desesperamos podemos perder por goelada.
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