El comportamiento humano es base y explicación de muchos fenómenos sociales y empresariales. Por eso es una equivocación considerar que los sistemas o mecanismos de cumplimiento o control interno son algo nuevo o están de moda. Por razones personales tuve acercamiento con una teoría de educación, que me sirvió para comprender muchos conceptos que, en mis trabajos de diseño de sistemas de cumplimiento, han sido fundamentales. Me estrellé con una realidad obvia al entender que los problemas empresariales (así como los problemas de un individuo) en materia de relacionamiento con su entorno y de adaptación a las políticas públicas o mercantiles adecuadas, surgen nada más y nada menos de la falta de una base ética y, en consecuencia, de una autovaloración equivocada. La existencia de necesidades empresariales, como por ejemplo, la de generar valor en la sociedad, bienestar para contrapartes y ganancias para sus accionistas o propietarios, naturalmente exige la ejecución de actos y conductas para lograrlos; y así como el ser humano lo hace, una corporación puede elegir su modelo de comportamiento. En un individuo el mejor sistema de control se encuentra en el interior, y es el cerebro y la mente, para atender necesidades básicas entre las cuales está la necesidad de relacionarse. En la teoría de la elección (William Glasser – 1962) se afirma que el individuo es capaz de elegir a partir del autocontrol y ese autocontrol obviamente es interno. El exterior genera información para ser interpretada y así usarla en el proceso de tomar decisiones, pero esas decisiones y sus efectos son responsabilidad propia.
En el ámbito empresarial pasa exactamente de la misma forma, y es una de las explicaciones de la existencia del “control interno” en las organizaciones empresariales. No es posible exigirle al Estado que controle todo y por eso deben las organizaciones establecer sistemas de autocontrol eficientes que le permitan un relacionamiento adecuado con sus competidores, clientes, proveedores y con el Estado. En este proceso de diseño de los sistemas de cumplimiento o autocontrol, las organizaciones deben atender a su propia naturaleza para autodefinir y “elegir” su modelo de conducta y la forma en que sus funcionarios deben ejercer sus labores en esta misma vía. El resultado, es una organización responsable de sus propias decisiones con absoluta imposibilidad de culpar al otro, al entorno o al Estado, de su actuar.
Nada nuevo, pero desafortunadamente en este estado de “entropía” (concepto usado por Alejandro Mejía al estudiar y explicar algunas particularidades de la responsabilidad penal de la persona jurídica – 2019), vemos con preocupación, pero con esperanza que son las organizaciones empresariales las llamadas a establecer la base del proceder ético y transparente para lograr restaurar las relaciones adecuadas en nuestro maltrecho entorno comercial, industrial y empresarial.
Lo anterior, debido a la reiterada falta de confianza en los organismos estatales, ya que a pesar del desarrollo normativo de los últimos años para luchar contra actos corruptos, soborno nacional y trasnacional, y contra fenómenos como lavado de activos, pareciera que los conceptos de control interno, y de responsabilidad respecto del actuar ético, transparente y preventivo de estos riesgos, no es aplicable a este Gobierno; pareciera que, en estos días no tiene capacidad de elegir su propio modelo de comportamiento. ¿El programa de transparencia y ética de este Gobierno para cuándo?
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