En esta ocasión me apartaré de los temas jurídicos, de los que habitualmente se ocupa esta columna, para referirme a Bogotá y al aeropuerto de Guaymaral.
Bogotá es una ciudad de grandes cambios y sus obras no pueden pensarse a corto plazo, sino que han de planearse como proyectos de largo aliento, con un enfoque holístico que aporte, no solo en términos de infraestructura, sino de desarrollo social, protección ambiental y movilidad.
Ello significa que cada decisión urbanística debe ser objetiva y armónica con lo que ya existe. Un tema especialmente neurálgico es el de la construcción y planeación de los aeropuertos: centros vitales para la conectividad de nuestra ciudad a nivel nacional e internacional.
Ellos aportan al desarrollo económico, social, productivo y turístico del sitio en donde se ubican, y hacen parte de la columna vertebral de las regiones. En el caso de Bogotá es menester considerar el presente y futuro del Dorado y Guaymaral. La planeación debe ser aquí dinámica y responder al crecimiento de las operaciones aéreas y a la evolución de las actividades económicas de la ciudad.
En el aeropuerto de Guaymaral se llevan a cabo el equivalente al 20% de las operaciones no comerciales del Dorado y es el segundo aeropuerto con mayor número de operaciones a nivel nacional.
Además, alberga servicios de helicóptero, ambulancia aérea, escuelas de aviación y está proyectado, según el plan maestro aeroportuario, para recibir un 20% adicional de las operaciones de El Dorado en los próximos años, lo que supone que debe contar con una gran capacidad de expansión e innovación a nivel tecnológico y de infraestructura.
Es claro que, en no pocas ocasiones, la expansión de las ciudades termina asfixiando el crecimiento de los aeropuertos lo que no sólo limita su desarrollo, sino que también podría poner en riesgo la salud y la seguridad de quienes habitan en sus cercanías: esto no puede sucedernos con Guaymaral.
Las zonas aledañas al aeropuerto están hoy en la mira de diferentes proyectos de vivienda, y es apenas lógico, dado el desmesurado y metastásico crecimiento de Bogotá.
Precisamente, unas de las torres de un proyecto inmobiliario denominado “Hacienda El Bosque” está planteado para ubicarse cerca al cono de aproximación del aeropuerto de Guaymaral, es decir, al lado de la pista. ¿Se ha pensado en las afectaciones que esto implica para el aeropuerto y los futuros habitantes?
Una obra destinada para vivienda y construida al lado de la pista de un aeropuerto, puede adolecer de afectaciones relacionadas con el ruido de las aeronaves e implicar serios riesgos de seguridad debido a su proximidad al área de maniobra de las aeronaves, lo que amenazaría no solo las operaciones aéreas, sino también la seguridad y el bienestar de las personas ubicadas a su alrededor. Lo vivimos con la aeronave que recientemente se siniestró en Medellín a pocos minutos de decolar del aeropuerto.
No estoy en contra del proyecto “Hacienda El Bosque”. A donde apunta esta reflexión, es a que la planeación urbana de la zona de Guaymaral se formule teniendo en cuenta las operaciones del aeropuerto, el diálogo de todos los actores involucrados y afectados, y las situaciones de alto riesgo y ruido constante a las que se exponen las torres de vivienda que se pretenden construir cerca del cono de aproximación del aeródromo.
Para lograr un equilibrio, las autoridades deben trabajar en la planeación de una infraestructura con una visión de 360° en términos de aportes y también de posibles afectaciones. Los proyectos de hoy no pueden cerrar las puertas a la ciudad del mañana. No se trata de invadir la ciudad de edificaciones, sino de pensar en lo mejor para los ciudadanos, y, sobre todo, en no permitir que Bogotá asfixie al aeropuerto de Guaymaral.
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*el autor es Socio del Aeroclub de Colombia.
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