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OPINIÓN

¿Cuándo es toxica la competencia?

09 de mayo de 2022

Gabriel Ibarra Pardo

Socio de Ibarra Rimon
Canal de noticias de Asuntos Legales

Es indudable que esta pregunta puede parecer un verdadero sacrilegio toda vez que se asume que la competencia, en ninguna circunstancia, puede ser nociva.
Mas aún, las actuales tendencias que han surgido, especialmente en los EE.UU., conciben la libre competencia como la panacea y el remedio para todos los males de la sociedad y como el elixir milagroso para lograr la prosperidad y el bienestar.
En este contexto es menester reflexionar sobre los provocativos planteamientos que los profesores Maurice E Stucke (Magna Cum Laude 1994.Georgetown University) Y Ariel Ezrachi (director del Centro de Competencia de la Universidad de Oxford) han plasmado en su libro “Competition Overdose“ (la sobredosis de competencia), que derriban el mito de que una mayor competencia es la solución de la mayoría de los problemas económicos y sociales.
Sostienen los autores que, la competencia no siempre es saludable, sino que ella puede devenir en un factor extremadamente nocivo y minar los valores morales y éticos que deben regir nuestras vidas.
Es común suponer que la competencia nos va a dar lo que aspiramos a más bajos precios, pero en algunos casos una competencia desenfrenada conduce a que esos menores precios se obtengan a expensas de sacrificar la calidad de los bienes y servicios hasta extremos inadmisibles e incluso a costa de nuestra propia seguridad, del medio ambiente, de los mínimos derechos de los trabajadores y hasta de los derechos humanos. En estas condiciones la competencia desmedida puede ser fuente de frustración y malestar y no de prosperidad. Pagamos menos, pero obtenemos exponencialmente mucho menos.
Para Stucke y Ezrasi hay una competencia buena y otra muy dañina derivada, esta última, de que desde 1970 la competencia se ha venido sobre recetando lo que ha desembocado en una situación supremamente onerosa y dañina para los ciudadanos y consumidores.
Ante el escepticismo de algunos académicos, los autores explican que la competencia es tóxica, entre otros casos, cuando consiste en una carrera cuesta abajo (race to the bottom) en vez de una carrera hacia la cima ( race to the top) en la que se beneficia cada individuo, pero también la colectividad.
La carrera hacia abajo implica, en cambio, que la competencia produce un resultado final que es pernicioso para la sociedad y en donde el interés individual del competidor discrepa del interés colectivo. Es el caso del jugador de hockey que deja de usar casco para lograr una mayor agilidad y obtener una ventaja competitiva sobre los otros. Ello lleva a que los demás jugadores se abstengan también de usar el casco para no quedar en desventaja. El resultado es que ninguno obtiene ventaja alguna, todos sacrificaron su seguridad, todos perdieron, la competencia aquí no benefició a nadie.
Otro caso es el escándalo de las hamburguesas elaboradas con carne de caballo que se vendieron en Inglaterra como hamburguesas de res de altísima calidad, con el fin de poder estar a tono con la presión competitiva derivada de la desenfrenada carrera de descuentos impuestos por los supermercados y que llevó a sus proveedores a la encrucijada de “engañar o morir” . Este episodio dejó como lección que la competencia no puede producir, de manera mágica, bienes o servicios de muy alta calidad a muy bajos precios.
De ahí que la competencia debe concebirse como un instrumento y no como un fin último y promover importantes valores morales y éticos que lleven a una economía de mercado inclusiva y a la prosperidad económica
Luego de abordar los refrescantes planteamientos de Stucke y Erzchi, queda claro que en esta materia no hay nada escrito en piedra y que en ocasiones hay demonios agazapados en lo que consideramos como incuestionablemente bondadoso.

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