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OPINIÓN

La era del hambre: subsidios vs. política industrial

01 de agosto de 2022

Gabriel Ibarra Pardo

Socio de Ibarra Rimon
Canal de noticias de Asuntos Legales

En días pasados, la Organización de Naciones Unidas publicó un completo informe titulado “Food Security and Nutrition in the World” sobre la actual situación de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo.

Las guarimos describen un panorama realmente desolador. El documento destaca que 828 millones de personas han padecido hambre durante los años 2021 y 2022, esto es, 46 millones de personas más que en 2020.

Es claro que la pandemia del covid-19 junto con la avanzada militar rusa, y el calentamiento global han provocado graves trastornos en los mercados de alimentos, combustibles y fertilizantes, lo que ha conllevado a un alza generalizada de los precios.

En este sentido, Reuters ha señalado que, en 2022, el costo de los cereales subió a nivel global, un 69,5%, el de los aceites un 137,5% y el índice general de precios de los alimentos un 58,5%.

Ante esta situación, los directores de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Organización Mundial de Comercio (OMC), emitieron una declaración en la que exhortan a los países a adoptar medidas urgentes para abordar la crisis de la seguridad alimentaria.

La Comisión Europea se comprometió a adoptar todas las medidas necesarias en aras de garantizar que la Unión Europea, como exportador de alimentos, contribuya a este propósito, en particular, en Argelia, Egipto, Libia, Marruecos y Túnez, que dependen en gran medida de sus importaciones de cereales.

Pero la solución no puede quedarse allí. Los subsidios poco ayudan, son a duras penas pañitos de agua tibia que tienden a palear el problema y no aportan soluciones estructurales.

No en vano el profesor Dani Rodrik ha manifestado que estas ayudas no son sinónimo de crecimiento económico y destaca que, más bien, se debiera asistir y apoyar a estos países para que puedan desarrollar las ventajas comparativas de las cuales carecen por completo, lo que constituye un tema en extremo complejo por cuanto no existe un manual de políticas industriales ni un conjunto de normas sobre lo que conviene o no conviene hacer que sean válidas para todos los casos.

Sin embargo, Rodrik aduce que, lo crucial es tratar de lograr una sostenibilidad fiscal y un control de la inflación para efectos de aminorar la crisis alimentaria. Se trata en ultimas, no sólo de lograr un incremento de su producción y competitividad, sino de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.

Ello supone financiar y brindar toda la asistencia técnica para diseñar y poner en marcha políticas industriales que hagan especial énfasis en la capacitación y preparación de los trabajadores y en la transferencia de tecnologías.

Al respecto el informe de la ONU señala que las ayudas debieran estar destinadas a proporcionar a los países vulnerables tecnologías verdes con miras a reducir el consumo de agua, el uso de los agroquímicos y descentralizar la agricultura para impulsar una economía eficiente para agricultores y consumidores que fortalezca el desarrollo sostenible.

Pero nada de esto se puede lograr si el mundo no se sacude la indiferencia en torno a esta tragedia. Las cifras que presenta el informe de las Naciones Unidas constituyen un verdadero motivo de vergüenza para la especie de humana. Aquí sí que nos rajamos.

Es evidente que el hambre nunca ha generado titulares de prensa glamurosos, pero ya es hora de que comencemos a espabilarnos. La hambruna no se soluciona sólo con subsidios y limosnas.

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