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OPINIÓN

Fanatismo y fundamentalismo versus tolerancia (I)

18 de septiembre de 2021

Gabriel Mesa

Socio Director en Estudio Gabriel Mesa Abogados
Canal de noticias de Asuntos Legales

Vivimos épocas preocupantes de profundo fanatismo e intolerancia extrema: los talibanes en Afganistán supuestamente enfrentados al Estado Islámico, sus rivales aún más extremistas; por estos lados manifestantes destruyendo todo, instigados por oscuros intereses y sujetos, exigiendo tolerancia, inclusión y democracia a punta de violencia, fanatismo y fundamentalismo.

No tengo el honor de conocer personalmente al maestro Jairo Villegas Arbeláez, aunque sí me fueron de gran utilidad sus valiosas obras durante mis años mozos como abogado de la Oficina Jurídica del entonces Ministerio de Trabajo, fundamentales para poder absolver acertadamente no pocas de las consultas formuladas a esa dependencia.

No hace mucho el maestro escribió una obra cuya lectura sin duda alguna recomiendo a todos los colombianos incluyendo a los abogados y gerentes de recursos de humanos: “¿Qué sucede en los sindicatos?: reflexión jurídica crítica desde una vivencia profesional”. Editado en buena hora por Ibañez, la obra, un pequeño opúsculo en cuanto extensión, pero un tratado en sinceridad, profundidad y contundencia, nos pone de presente los riesgos del fundamentalismo y el fanatismo cuando se apoderan de nuestras consciencias e instituciones, en este caso, de sindicatos y sindicalistas nacionales.

Quiero citar determinados apartes, reflejo de una realidad nacional que a todos nos estremece, trasciende de la esfera puramente sindical y expresa, a la vez, un cambio profundamente dañino en nuestra forma de entender el mundo y relacionarnos con los demás.

“El Fundamentalista se caracteriza por creer que solo existe una verdad y que él la tiene, que él es el único titular de esa verdad única, del <molde> único, de la <medida> única…Por ello, el Fundamentalista adolece del prejuicio de considerar que las opiniones de los demás, son incorrectas, no son verdaderas, son heréticas o blasfemas; que él es depositario, dueño, ungido, enviado o guardián de la verdad única y que los otros son unos traidores…”(Los fundamentalistas) “son autosuficientes, arrogantes, soberbios, despectivos, por creer que tienen la verdad y lo saben todo”.

Si algunos de estos sujetos, siendo simplemente candidatos presidenciales despliegan a diario toda su soberbia, arrogancia e ignorancia, imagínenlos de presidentes de la República: “juro sobre esta vetusta constitución”, como dijera en su momento Hugo Chavez, maestro de algunos de tales candidatos.

Continúa la asombrosamente clara descripción hecha por el maestro Villegas Arbeláez: “El Fanático, por supuesto, no considera necesario ni útil el Diálogo Social y laboral, la Negociación y la Concertación, ni la convivencia en la diferencia, o sí, pero siempre y cuando el Maximalista se pueda imponer, unilateralmente, en un 100% sometiendo al <enemigo>; todo lo anterior conlleva que el Fundamentalismo genere un clima de pugnacidad por la pugnacidad, que puede alimentar confrontaciones violentas, o cuando menos, las vías de hecho”.

Más de un gerente de recursos humanos se ha enfrentado a este doloroso escenario, pero también más de un ciudadano de a pie se ha visto asombrado ante sujetos que, repito, exigen tolerancia, democracia e inclusión a punta de violencia.

Hablan de paz, de perdonar y olvidar pero predicable tal perdón y olvido tan solo tratándose de sus secuaces, de sus ídolos de guerra, de sus adalides en lo que a pugnacidad por pugnacidad se refiere, de sus maestros de la lucha de clases que encarnan el odio endemoniado contra todo aquello que no los represente con la fidelidad que como fanáticos exigen y demandan.

Si a alguno de esos sujetos usted le dice que entonces perdone justamente a aquellos a quienes ellos odian, olvidan entonces todo su discurso de perdón e inclusión y desatan todo su fanatismo, su fundamentalismo, su ira y poder de destrucción.

En la próxima columna escucharemos lo que nos enseña el maestro respecto de la tolerancia e inclusión, en palabras que perfectamente podemos entenderlas como parte esencial del Preámbulo de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, OIT.

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