Con ocasión del proyecto de ley sobre desconexión digital que cursa en el Congreso, y la iniciativa de la Unión Europea sobre el tema, quiero traer a colación mi columna publicada en 2015 en esta sección.
Suena raro, muy raro. De hecho, no conozco que la hayan mencionado y supongo que son pocos los interesados en ejercerla, pero sin lugar a dudas que llegará el momento de pensar en ella. ¿De qué hablamos?
Las TICs se han convertido en parte indispensable e insustituible de nuestras vidas. La OMS ha reconocido algunos síndromes relacionados con ellas que afectan la salud de las personas. La reflexión tiene que ver con la relación, también insustituible y cada vez más indisoluble, entre las TICs y la vida privada del ser humano-trabajador.
La injerencia en general de las TICs en el devenir cotidiano general de las personas ha llegado a un punto tal que las ha convertido en parte esencial de nuestras vidas; no se concibe salir a la calle sin el celular; no es posible trabajar sin internet; están presentes en todos los momentos de la vida y condicionan la casi totalidad de las decisiones adoptadas por los seres humanos; no reconocen usos horarios ni distancias; impactan tanto a los más jóvenes como a los adultos mayores. Son omnipresentes y omniscientes; es imposible burlarlas o huir de ellas.
Por esas mismas razones las TICs no reconocen jornadas laborales, como tampoco distinguen entre espacios de trabajo y espacios personales. Y este es justamente el asunto objeto de reflexión, puesto que la “jornada virtual” responde a las exigencias de inmediatez propias de las relaciones virtuales en las cuales pareciera que el tiempo se comprime y se hace inexistente, pues todo se quiere para ya, sin lugar a tiempo para pensar, evaluar, dimensionar. Desesperamos cuando aparece el letrero que nos dice que descargar una aplicación tomará “¡¡¡unos segundos!!!”; nos parece una eternidad. En realidad la jornada virtual no existe pues la noción misma de jornada evoca límites y si algo caracteriza la virtualidad es justamente la carencia de éstos.
Desde esta perspectiva, no son pocos los casos en que un jefe demanda de sus subalternos respuestas inmediatas a sus exigencias de trabajo sin tener en cuenta consideración alguna respecto de la jornada presencial de trabajo, si se trata de un dominical o un festivo, si es de noche o al amanecer, o el ámbito privado de la persona. Claro, éste ámbito está hoy lamentablemente reducido y ello en muy buena medida precisamente por la ansiedad de las personas por no estar desconectados ni un solo segundo.
Me llama poderosamente la atención que una entidad como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) no haya puesto el tema del derecho a la desconexión sobre la mesa para debatirlo tripartitamente (trabajadores, empresarios y gobiernos). Con seguridad que todos los que hacen parte de su Consejo de Administración (encargado de fijar los puntos que deben integrar el orden del día del órgano máximo de esta, su Conferencia Internacional del Trabajo, encargada de adoptar las Normas Internacionales del Trabajo), están tan absortos en las pantallas de sus celulares, ipad’s, portátiles, GPS, que no han tenido “tiempo” para enfrascarse en este debate. O quizás es que no hay interés en hacerlo, vaya uno a saber.
Desde 2017 en Francia y 2018 en España existen leyes sobre el particular que resultan de gran interés para nuestros legisladores. Y ahora la Unión Europea incursiona también en el tema. Ahondaremos en próximas columnas.
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