Desde la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, aprobada por la Asamblea Constituyente francesa en 1789 se ha entendido el concepto de libertad como una prerrogativa natural e imprescindible de todos y cada uno de los ciudadanos, que impone un trato en condiciones de igualdad por parte del Gobierno. Así, en su concepción clásica se mira a la libertad como un derecho ciudadano, que tiene como contrapartida un deber del estado de dar un trato justo e igualitario a todos sus administrados.
En igual sentido, cuando John Stuart Mill plantea que cada persona es por sí misma suficientemente racional para poder tomar decisiones acerca de su propio bien, pretende en realidad asegurar la no intromisión del estado en las decisiones propias de cada individuo.
La Constitución Política de Colombia de 1991 se sustentó igualmente en la premisa de la igualdad de todos los habitantes de la patria a los ojos de la ley y en el deber de las autoridades de darle un trato parejo a todos los ciudadanos, sin ningún tipo de discriminación.
Sin embargo, la llegada de las redes sociales y la inteligencia artificial ha significado, ni más ni menos que la idea de libertad ha llegado a su fin, al menos en la forma como ella se ha entendido desde hace mas de 200 años.
Ciertamente, con el surgimiento de grandes corporaciones privadas que controlan de forma oligopólica la información personal de millones de individuos a lo largo y ancho del planeta, el concepto de libertad como un catalizador de la relación bilateral entre individuo y gobierno quedó totalmente rebasado.
Todos quienes interactuamos en las redes sociales entregamos nuestros datos y metadatos a un gran hermano supranacional -diferente al Gobierno- que en realidad no conocemos ni controlamos, que adquiere por ese solo hecho un poder superlativo, apalancado en el factor predictivo de los algoritmos.
Así, aparece un nuevo jugador que no estaba en el tablero de la revolución francesa, ni en el lenguaje de Mill y los demás bastiones del pensamiento liberal, que son las megacorporaciones que controlan la información personal a nivel global y que se alimentan de la nueva cultura del “like”.
En la carrera por mantenerse vigente y relevante dentro del ámbito social, millones de personas se montan en la ola de subir “voluntariamente” imágenes y otros datos a la red, y quedan sometidos a la presión del sistema, lo que les consume otro gran pedazo de la llamada libertad.
Así, en el siglo XXI la libertad del hombre se pone en riesgo no solo por los gobiernos anti democráticos, sino por el gran sistema de procesamiento digital que se ha construido a nivel global y que ha generado que la transferencia de poder ya no se dé solamente entre el individuo y el gobierno, sino entre el individuo y las grandes corporaciones recolectoras de información personal a nivel de big data.
Y el riesgo verdaderamente es inmenso pues el sistema ha sido construido con buen sustento jurídico sobre la idea de que cada persona entrega su información personal o íntima de forma voluntaria, con lo cual el efecto sobre la libertad no parece preocupar a muchos.
Así, como decía Jean Jacques Rousseau de forma visionaria, el hombre nace libre pero con la implicación de que todas las interacciones sociales con posterioridad al nacimiento implican una pérdida de libertad, voluntaria o involuntariamente.
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