Es innegable que en los últimos años la humanidad ha progresado mucho desde el punto de vista de los principales indicadores económicos que se asocian al bienestar de las personas. La pobreza extrema se ha reducido notablemente y la expectativa de vida promedio ha subido de forma extraordinaria: de 26 años en 1820 a 72 años en 2020.
Y eso se debe, en parte, a que en los últimos siglos la humanidad encontró la fórmula para crear riqueza en velocidad exponencial. Como dice Thomas Pikkety en su reciente libro Capital e Ideología, a la vez que la población mundial creció diez veces entre el Siglo XVIII y hoy, el ingreso per capital actual es también diez veces mayor al de entonces.
No obstante lo anterior, los números agregados ponen de relieve que persisten importantes diferencias. Así, por ejemplo, mientras la tasa de mortalidad infantil en países del Europa es inferior a 0,1%, dicha tasa supera el 10% en los países más pobres de África.
Si se atiende a la distribución de la riqueza, se observa que a principios del Siglo XX hubo una tendencia marcada hacia la concentración de riqueza en el decil más rico de la población y luego la curva se aplanó y se estabilizo entre los años 30s y los años 80s. A partir de los 80s la curva volvió a tomar una tendencia al alza.
Cuando se mira en particular al periodo 1980-2020 se observa que los deciles de más bajos ingresos lograron un significativo avance, debido a las políticas asistenciales de los gobiernos pero, sin embargo, los deciles intermedios (la clase media) tuvieron un crecimiento muy bajo, y lograron capturar poco de la nueva riqueza creada. La curva del último periodo se le suele denominar como la Curva del Elefante, pues su silueta toma la forma visual del elefante desde la cabeza hasta la punta de la trompa cuando la tiene levantada, con un bache en medio.
Parece que la tendencia del elefante es una constante hoy en día en casi los países y regiones del mundo. Rusia, Estados Unidos, India, China y Europa, tenían una concentración de riqueza entre 25% y 35% para los años 80s y ahora han sobrepasado el 50%. Algunos lugares del planeta muestran datos aún más serios, como Oriente Medio con el 64% o Brasil con 56%.
En Colombia la situación no es diferente, y es sencillo pronosticar que esta situación se podrá acentuar por efecto de la pandemia. Según datos de la Cepal, a pobreza subirá de 29% a 34% y los programas de asistencia directa como Familias en Acción, Ingreso Solidario o la devolución del IVA, no alcanzará a compensar el daño que dejará la pérdida de más de 4 millones de puestos de trabajo (Jose Antonio Ocampo, El Espectador, 2 de agosto de 2020). La caída dramática de dos fuentes de ingreso esenciales, el petróleo y el turismo, cobrará también su factura.
Además, el país necesita ir más rápido en la ejecución de otras políticas públicas que podrían tener un efecto positivo en la equidad y redistribución del ingreso.
Por ello, para seguir avanzando en la mejora de los indicadores económicos relativos al bienestar de las personas, convendrá considerar reformas estructurales que coadyuven en la mejora de los datos relativos a la distribución de la riqueza.
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