Juan Farfán andaba orgulloso con su camisa conuquera, en el Torneo del Joropo cargaba sus botas vaqueras. Cholo le acompañaba, de caporal en el hato, invitando al Casanare, en ancas de su potranco. Walter Silva no aflojaba, no lo dejaron esperando, sin camisa contra el viento, hacia mandados cantando. Todos ellos se juntaron, con muchos otros cantantes, en la Villa de los llanos, a rendirle su homenaje.
La antesala a dicho encuentro fue por allá en San Martin, el Cachi echaba sus cachos como su nombre cualquiera, conversando con doña Doris y las cuerdas de Robayo, soñando que en el coloquio, ese grito se nos diera ¡yo soy el llano pariente! Ojalá me lo dijeran.
Encontrarnos con escenarios como el descrito es gratificante: es usual escuchar que Colombia es un país de regiones. Más allá de eso, Colombia, como su Constitución lo indica, es plurietnica y multicultural, llena de costumbres locales y conocimientos ancestrales. En cada lugar se erigen prácticas gastronómicas propias que se acompañan con manifestaciones musicales que se toman tanto las celebraciones como los momentos de duelo; los días se llenos de cuentos e historias que resaltan a sabias matronas que acuden a los saberes holísticos para afrontar los avatares que les aquejan. Saberes que nos hacen únicos y que nos pertenecen por cuanto de todo esto están impregnados nuestros hábitos y prácticas sociales.
El legislador colombiano ha venido dando pasitos, lentos, escasos, pero útiles en la reivindicación y salvaguarda de nuestras expresiones culturales tradicionales. El artículo 4 de Ley General de Cultura (Ley 397 de 1997, modificada por la Ley 1185 de 2008) destaca que las manifestaciones inmateriales y las representaciones culturales hacen parte del patrimonio cultural inmaterial de la Nación. El articulo 11-1 de la misma Ley destaca que las comunidades y los grupos son los que reconocen como parte integrante de su patrimonio cultural aquellas manifestaciones, prácticas, usos, representaciones, expresiones, conocimientos, técnicas y espacios culturales, exaltando los sentimientos de identidad que favorecen la consolidación de vínculos con la memoria colectiva.
Escenarios como el Festival de Música de Pacifico Patroneo Álvarez, el Torneo Internacional de Joropo Miguel Ángel Martín, el Festival de la Leyenda Vallenata, entre otros, no pueden ser vistos como meros festivales de música. Estos transcienden como altavoces de las prácticas ancestrales que facilitan su reconocimiento por quienes son ajenos a la comunidad, tal como ocurrió con el viche/biche o el arrechón, como bebidas ancestrales, artesanales, tradicionales y patrimonio colectivo de las comunidades negras afrocolombianas de la costa del pacífico colombiano.
Las prácticas ancestrales deben ser defendidas por todos ante los diferentes riesgos que supone el mercado. Por ejemplo, a pesar de que la Superintendencia de Industria y Comercio había concedido el registro marcario VICHE DEL PACIFICO, lo debió cancelar con posterioridad. Hoy el Viche y sus derivados están de fiesta: el pasado 8 de noviembre de 2021 se sancionó la Ley 2158, que lo reconoce, impulsa y protege como bebida ancestral, artesanal, tradicional y patrimonio colectivo de las comunidades negras afrocolombianas de la costa del pacífico colombiano.
Estos pequeños pasos normativos favorecen a las expresiones ancestrales, seguro habrá más. Mientras, seguiremos generando espacios de difusión cultural en los que convergen los hombres de mil caminos, como dice Juan Farfán, que caminan por el conuco, el monte el corral y la quesera.
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