Miedo, zozobra, angustia y ansiedad. Sustantivos que vivimos como si fuesen tiempos de guerra. Las calles desoladas, días radiantes que perdían su alegría usual porque no había alguien que los pudiera disfrutar. La soledad se volvió la regla general para algunos. Para otros, el luto y la tristeza impotente por no poder ver ni acompañar a los suyos en el tránsito de la muerte. Un virus arrodilló a la humanidad y la bajó de su pedestal prepotente para mostrarnos que en realidad somos muy frágiles y que a pesar de la perfección, del hecho sublime que es vivir en este mundo, somos tan vulnerables que solo nos queda como opción agradecer por cada suspiro. Naturalmente, que los suspiros sean justos.
Más allá de su posición política querido lector, espero que compartamos este punto, la justicia es necesaria para poder suspirar esperanza en cualquier sociedad. Es la piedra esencial de cualquier estado, que a veces en nuestro caso, pareciera dar tumbos fallidos. No es un secreto que nuestra justicia está enferma, pero esos padecimientos son humanos, como su misma naturaleza.
Es entonces, como rasgo propio de una persona madura que ha trasegado errando y aprendiendo, que debemos capitalizar, por más duro que parezca, las enseñanzas de estos tiempos de guerra con este enemigo minúsculo que nos desnudó por completo. Por supuesto que la justicia no debe ser ajena a esta reflexión.
De las lecciones aprendidas, por necesidad, está la virtualidad como mecanismo para adelantar audiencias. Fue un reto enorme para todos los operadores judiciales. Se requirió adaptar los hogares para poder adelantar actos solemnes. No faltaron las ligerezas propias de no saber escindir los espacios. En un país como Colombia los retos de accesibilidad fueron y son enormes. Se presentaron dificultades en personas que no tenían la tecnología en su habitualidad. No se tuvo una única plataforma para realizar las audiencias, pero aún así, mostrando una resiliencia magnifica la justicia funcionó. Y de que forma. Mejor que antes. Hoy es una realidad que desde el computador en un barrio de Bogotá, bien fuera en el despacho, casa u oficina, se pueden evacuar en el mismo día audiencias en Barranquilla, Medellín, Cali o incluso en ciudades más pequeñas como Fusagasugá, Funza, Bello, entre otros, y los cito no en un ejercicio aleatorio sino plasmando mi experiencia.
Es curioso, sin duda, que los “justos”, aquellos abanderados de impartir justicia en Colombia como la Judicatura y la Fiscalía, no tengan voces contundentes, sustentadas y en pro de la sociedad para mantener la virtualidad. Algunos de estos justos también quieren que la presencialidad regrese. De otro lado, los “pecadores”, los abogados litigantes, los que cargamos la cruz de ser la única talanquera al poder punitivo, nos rasgamos la voz, hacemos peticiones airadas, que ojalá tengan recibo para mantener la virtualidad. Los dilatores pidiendo celeridad. Digno de Macondo.
Ya está bueno que la sociedad vea frustrada y diluida cada vez más sus expectativas de justicia. No debemos tolerar la impunidad ni tampoco auspiciar las condiciones que la mantienen. Que no paguen justos por pecadores.
Destacado: “la justicia es necesaria para poder suspirar esperanza en cualquier sociedad”.
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