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OPINIÓN

Melancolía

29 de septiembre de 2021

Juan José Castro Muñoz

Socio director de Castro Muñoz & Abogados

castro.juan@castromunoz.com
Canal de noticias de Asuntos Legales

No todo tiempo pasado fue peor. Permítanme replantear el aforismo. En el derecho constitucional moderno, partiendo de la arbitrariedad de tomar como referencia los últimos 60 años de este, existe una característica fundamental, la progresividad en las garantías individuales. Al menos en los Estados que osan denominarse sociales y de derecho. Desde antes y después de Hitler tenemos referencia de regímenes totalitarios cobijados en la ley. En las democracias verdaderas, el planteamiento del avance de la civilización se determina en la progresividad de los derechos, una constante en la que no se desdibujen las garantías, sino que se les de más contenido.

El sujeto no está al servicio del Estado sino el Estado es el punto de partida para que el sujeto pueda realizarse y desarrollarse de una manera digna. Por supuesto que esto no es producto de un capricho liberal y humanista, sino que es el resultado de procesos históricos donde la vida y la libertad humana fueron los escalones para poder llegar a definir estos derechos fundamentales. Esto parecía claro antes, por ejemplo, en la Constitución del 91, donde se tenía una concepción de la libertad como derecho supremo, cuya interpretación se hacía más robusta en la medida en que las leyes y los pronunciamientos judiciales enriquecían su definición y delimitación.

Algo pasó, algo está pasando globalmente y por supuesto en nuestro querido terruño. Siguiendo el aval tácito que me dan ustedes, los lectores, me permito establecer el inicio de este “algo” en los 90. Naturalmente, todo está circunscrito al derecho penal y su proceso. Surgen con potencia los medios de comunicación, y se empiezan a presentar los juicios paralelos.

Procesos penales que se evacuan en los medios de comunicación, hoy también redes sociales, donde poco o nada vale la presunción de inocencia. Como un caudal raudo, no solamente se hablaba de culpabilidades e inocencias en periódicos y programas televisivos, sino del comportamiento y “acierto” de los funcionarios que participaban en los procesos penales. Al no existir canales de comunicación entre la rama judicial y la sociedad, los medios cooptaron la socialización del derecho. Esto de la mano de la corrupción, enormes carencias presupuestales de la justicia, congestión judicial, impunidad, ausencia de presencia estatal, entre otros. No pretendo acarrear la terminalidad de la justicia solo en los medios, como tampoco desconozco los determinantes aportes a la justicia, en particular, cuestionando o destapando el manejo de casos judiciales, que han realizado los medios, pero creo que actualmente es un poder que ha desbordado en un amarillismo a costa de las garantías básicas del ciudadano. Hoy se legisla, en su gran mayoría, por puro populismo; las reformas estructurales de la justicia están pensadas en los votos, hoy muchos jueces, de todas las jerarquías, fallan pensando en su legitimidad social y no en el acierto en el derecho; hoy el ministro de justicia expresa públicamente que los jueces no deben estar apegados a la ley; hoy los gobernantes apuntan a los jueces para simplificar erradamente los problemas de su competencia. Sí, es triste, pero es la realidad.

Siento profunda melancolía de los tiempos pasados donde la ecuanimidad era una virtud, donde la mesura era una regla de conducta, donde la justicia y la equidad eran un fin en sí mismo. Hoy la libertad no se refuerza sino se desdibuja, hoy las garantías son un estorbo, ¿vamos camino al abismo sin saberlo?
Destacado: “El sujeto no está al servicio del Estado sino el Estado es el punto de partida para que el sujeto pueda realizarse”.

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