El mero hecho de existir es un milagro. Bien sea como un acto de la Divina Providencia o por una simple casualidad perfecta, donde una serie de accidentes universales, un cúmulo de elementos químicos y un par de extinciones masivas me permiten estar sentado al frente de una pantalla plasmando ideas sobre la ciencia social que regula las actividades humanas, en particular, aquellas que merecen mayor reproche pero también, cómo garantizarle derechos a unos minúsculos seres bajo cualquier escala cósmica.
Creaciones intelectuales producto de muchos años de evolución, vidas, revoluciones y críticas al poder nos permiten hablar con suficiencia sobre presupuestos que nos hacen entendernos como seres civilizados. En mi humilde criterio, la dignidad humana y todo su desarrollo, como la tan mainada presunción de inocencia y el debido proceso, nos hacen unos seres únicos que componen unas sociedades únicas.
Siempre me he querido preguntar si hoy los estados pueden cumplir con las promesas básicas de cualquier estado liberal mínimo y básico. Pero este no es el objeto de esta columna.
Estas sociedades, tan magníficamente particulares, con el rótulo de “civilizadas”, sufren procesos de cambio, como también sus esquemas punitivos. Las tensiones derivadas de estos cambios siempre deben ir de acuerdo a los principios fundamentales de ese grupo social, que para nosotros se materializan en una Constitución. Los cambios o son generados por el pueblo, (otra construcción sociológicamente exquisita pero políticamente manipulada) o sus representantes, pero estos cambios nunca pueden ir en contra de la Carta Magna. Eh problema. Hoy el pueblo y sus representantes están tremendamente desconectados de sus ideales. Para garantizar estos postulados está la Corte Constitucional, fiable en muchos casos. Esa desconexión se traduce en muchos temas, pero en general en el populismo. Populismo punitivo que se traduce en demagogia. No hay mejor forma de halagar al pueblo que con falsas promesas imposibles de cumplir. No en el tiempo inmediato, no. En el Congreso ya se instauraron las leyes inconstitucionales como práctica recurrente.
En el mediano y largo plazo, ha sido la Corte Constitucional, la que en algunos casos, le ha cerrado la puerta a esa desconexión con nuestros principios y valores fundantes. Por ejemplo, con los proyectos anteriores donde se instauraba la cadena perpetua. Tengo la firme convicción que así será con este nuevo intento, pero si ha hecho falta una mano firme para poder limitar tantos proyectos que caen en una falacia. Las penas más altas, los nuevos delitos y la eliminación de derechos procesales no brindan seguridad. Son solo un saludo a la bandera. De ser así Colombia sería el mismísimo Edén en la tierra, ya que comparativamente con otros países, somos tremendamente severos en nuestras sanciones. ¿De qué sirven las sanciones si no se aplican? ¿Cuándo tendremos una políticas legislativas punitivas serias que vayan de acuerdo a nuestros principios constitucionales? ¿De la mano de los tratados de DDHH? ¿Cuándo dejen de dar réditos políticos?
¿Quiere publicar su edicto en línea?
Contáctenos vía WhatsApp