En la penúltima columna, antes de la sexagésima en este gran espacio, quiero hablar
de algo distinto. No va a ser un escenario de escudriñar las leyes o de criticar el
Congreso. Tampoco será una columna donde analicemos el impacto de la
jurisprudencia en el sistema ni mucho menos el acierto de las decisiones desde una
perspectiva garantista. Valga la pena decir que el garantismo está en vía de extinción.
Pero no es el momento de esa catarsis, de ese suplicio diario.
Hoy quiero escribirles por algo distinto, quiero apelar a sus convicciones intimas.
Quiero llevarlos a ese primer momento en el que entraron a la universidad. Que
revivan la sensación de su primer clase. Que recuerden el momento en que se
enamoraron de su área. De esa segunda vocación ya que la primera fue seguir el
camino de las leyes. Yo estaba en tercer semestre derecho, corría raudo el año 2009 y
me encontré con uno de mis grandes maestros y el culpable de mi amor al derecho
penal. Recuerdo la pasión única y entregada a los principios del derecho penal. El
énfasis en las normas rectoras pero sin duda un compromiso único con la justicia. Con
hacerla de verdad. Nos explicaba que ya en esos años, lastimosamente, terminaban
siendo los litigantes los únicos que controlaban las fauces de un Estado cada vez más
eficientista y menos garantista. Pero tal vez la enseñanza que quedo inmarcesible en
mi memoria fue la de creer en las causas justas. En que a pesar del contexto, los
medios, los honorarios, los prejuicios y las opiniones inquisidoras, cuando en el fondo
del corazón y la conciencia se cree en una persona, en su situación y causa se debe
seguir los impulsos de la justicia. Y esa es mi invitación queridos litigantes. Que
creamos en las causas justas. Que podamos ayudar a una persona sin recursos para
defenderse o que necesita justicia. Que no nos enfoquemos en los prejuicios
mediáticos. Hay una sociedad habida de segundas oportunidades o de cerrar ciclos y
no encuentran como hacerlo.
Las victimas de este país cada vez están más solas. Yo se que todos ustedes saben lo
frustrante que es una representación de víctima. Los anaqueles que prometieron
eliminar siguen llenos de carpetas repletas de expectativas de justicia. Paginas con los
momentos más difíciles de la vida de una persona se arruman como si el polvo
ayudara se solucionar temas existenciales.
Es por eso que reitero mi invitación a revisar casos gratis, probono, muchas veces
están al alcance de la mano, pero tan cerca que no los podemos ver. Esa es la función
social del abogado, creer cuando nadie más lo hace y poner un grano de arena en el sistema de justicia que por congestión y desidia se olvidó de los que más la necesitan.
Los que más la requieren pero no pueden pagarla. Ya no es un secreto que la justicia
solo sirve cuando hay un doliente, un abogado que enfrente la mediocridad y el
colapso del sistema. Incluso así sigue existiendo la impunidad. Pensemos en la
ilustración escocesa cuando nos invita a cambiar la sociedad empezando por nosotros
mismos.
Destacado: “Los anaqueles que prometieron eliminar siguen llenos de carpetas
repletas de expectativas de justicia”.
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