El venezolano Manuel Antonio Carreño por allá en 1853 escribió el famoso Manual de urbanidad y buenas maneras que se popularizó, porque enseñaba cómo deben comportarse las personas en ciertos lugares, según fueran públicos o privados, y dependiendo de las circunstancias y el contexto. Un manual muy odioso para muchos, pues la idea de uniformar comportamientos y determinar qué es aceptable o no, puede ser en algunos casos una camisa de fuerza para el libre desarrollo de la personalidad.
Sin embargo, la idea del Manual no es del todo absurda, especialmente, si se tiene en cuenta que las denominadas “buenas maneras” facilitan la interacción entre las personas y las alejan de conflictos y malentendidos. Ciertas nociones de gestos y comportamientos que permiten demostrar respeto y consideración a quienes nos rodean, aunque en ocasiones parezcan poco útiles tienen, una razón de ser.
La semana pasada, de nuevo gracias a redes sociales, se hizo popular un video en el que la mayor pesadilla de cualquier abogado se hizo realidad: aparecer desnudo en una audiencia frente a un juez; y es que por surreal que parezca, la situación ocurrió fuera de un mal sueño del que le fue imposible despertar al abogado que, por relajarse en las “buenas maneras” que tanto retiñó Carreño en su Manual, expuso toda su humanidad en vivo y en directo ante una audiencia judicial.
Más allá de los chistes y risas que provocó el video, en el que confundido y desvestido el abogado fue increpado por la juez que le sugería terminar de bañarse y no hacer multitask entre su aseo personal y ejercer la defensa técnica de un privado de la libertad, lo cierto es que este evento nos llama a la reflexión y a desempolvar a Carreño (los que lo hayan tenido que leer en el colegio).
Dice Carreño que la urbanidad es “el conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la benevolencia, atención y respeto que le son debidos” y, aunque me aparto de muchos de los postulados del Manual, considero que no hay nada más solemne y respetable que un estrado judicial, donde es justamente la justicia y su majestad lo que impera.
En palabras del autor venezolano: “El hábito de respetar las convenciones sociales contribuye también a formar en nosotros el tacto social, el cual consiste en aquella delicada mesura que empleamos en todas nuestras acciones y palabras, para evitar hasta las más leves faltas de dignidad y decoro: complacer siempre a todos y no desagradar jamás a nadie”.
Si bien no existe en nuestro ordenamiento un código de vestuario para los abogados, como sí ocurre en otras jurisdicciones, lo cierto es que dentro del deber de “Conservar y defender la dignidad y el decoro de la profesión” aparecer desnudo en un despacho judicial puede ser, cuando menos polémico y no estar muy alineado con la idea del decoro. Sin embargo, más allá de la exposición corporal, lo realmente preocupante es la actitud descuidada de quien pretende atender una audiencia judicial mientras se baña, o mientras conduce en medio del tráfico capitalino o lava platos. Situaciones todas que se hicieron virales durante el periodo de la cuarentena estricta.
Tal vez estemos en mora de un nuevo manual de urbanidad aplicado a actuaciones judiciales en tiempos de virtualidad, pues aunque parezca obvio que, aún a través de una cámara, la actuación judicial implica atención, respeto y decoro, abundan ejemplos de cómo se confundió la no presencialidad con el descuido y desatención.
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