Si se mira hacia atrás, hace poco más de 20 años se inició el proceso de exportar estrellas, los que tenemos más de 40 años nos acordamos de la larga y divertida novela para lograr que el Pibe Valderrama fuera al Montpelier, un club modesto de la modesta liga francesa. Posteriormente y durante mucho tiempo, los jugadores debían dar un paso previo en Argentina para llegar a las grandes ligas europeas, como ocurrió con Mario Yepes (y si fue gol de Yepes), Iván Ramiro Córdoba y Juan Pablo Ángel. En la actualidad no se hacen necesarias escalas argentinas o grandes novelones.
Todo lo contrario al actual procedimiento donde los mejores clubes de Europa que quieren contar con un colombiano simplemente ofrecen determinada cantidad de dinero que nunca es rechazada por el club colombiano y mucho menos por el jugador que de un momento a otro ve su pobre salario multiplicado en más de diez veces.
Son evidentes las diferencias económicas entre continentes lo que hace muy difícil para un club colombiano resistir una oferta, pocos clubes tienen ingresos importantes de patrocinio, los ingresos por boletería son exiguos pues el espectáculo es malo, la importancia que se les da a los violentos de la tribuna espanta a los pocos seguidores con algún poder económico y el campeonato no tiene en sus primeras fechas ningún atractivo. Los clubes de futbol en Colombia no están hechos como empresas, no manejan una política coherente de remuneración y parecería que la intención es deshacerse lo antes posible de estos jovencísimos jugadores.
La calidad del campeonato tampoco ayuda; parece imperativo para un jugador formar parte de un equipo europeo para llegar a la selección Colombia, las tres últimas transferencias interesantes desde Bogotá, Santiago Arias, Darwin Andrade y Pedro Franco lograron ponerse la camiseta amarilla luego de emigrar a Europa donde pudieron desarrollar y mejorar sus indudables habilidades poco explotadas localmente.
Todo lo anterior se aúna con unos salarios totalmente desfasados frente a la cotización de los jugadores, no puede pretender un club que paga, no siempre a tiempo, un salario mínimo a un jugador, recibir por éste tres o cuatro millones de euros sin invertir en instalaciones o intentar mejorar el equipo. La visión cortoplacista que exige el campeonato semestral obliga a los clubes a pensar en vender rápido antes de formar jugadores y no permite una política coherente de manejo de figuras y reemplazo de estas con nuevos talentos.
Por su parte los jugadores no ven un respaldo en sus clubes y la relación es de desconfianza, no creen en sus dirigentes que solo se les acercan en el momento de un posible negocio, son los agentes quienes permanentemente están cuidando y hablando con sus representados y quienes en últimas serán los encargados de abrir puertas fuera de Colombia.
En conclusión mientras tengamos un campeonato malo, con partidos de seiscientos espectadores, con clubes precarios que pagan salarios ínfimos a los jugadores, éstos intentarán por cualquier medio salir cuanto antes a Europa pues la reglamentación internacional los protege y la oferta de salarios fabulosos no los deja pensar siquiera un instante en permanecer en Colombia.
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