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OPINIÓN

Los errores de Gustavo

28 de febrero de 2014

Canal de noticias de Asuntos Legales

Bogotá es una ciudad llena de contrastes, culturas, gustos y formas. En ella los colombianos nos sentimos acogidos por las diferentes oportunidades que se nos pueden abrir en todos los ámbitos de nuestras profesiones, intereses o desvares. Hoy, Bogotá, la querida por todos, debido a las malas administraciones se nos salió de las manos y por más corazón que tengamos para recuperarla, el estómago de algunos mantiene la improvisación inoportuna en el segundo cargo más importante de Colombia. 

A continuación, y para estos que aún sin percibir la realidad de una ciudad devastada por corruptos, inescrupulosos que han hecho de sus gestiones trampolines políticos, económicos o uno que otro salto mortal a la cárcel, les cito errores capciosos que posiblemente no hayan tenido presentes a la hora de defender el tortuoso camino del nuevo mártir Gustavo.

Primero, llamarse Gustavo: Según los que conocen del tema, “Gustavo es un nombre de origen germánico, de naturaleza emotiva y clarividente, que se expresa por medio de la concentración, la suficiencia y la clemencia”. No discuto su origen germánico, pero estoy seguro que si su naturaleza fuera emotiva y clarividente podría haberse anticipado a no nombrar a todo un gabinete que en menos de dos años le renunció, o posiblemente a no improvisar con decisiones impuestas y torpes con retractación, o incluso, pudo haberse anticipado a dejar su terquedad a un lado para manejar un poco más diplomáticamente el tema de las basuras en la capital.

Segundo, estar a una letra de apellidarse “R”etro: Hace diez años, antes de empezar el primer día de la administración de Lucho, Bogotá era una ciudad con dinamismo, proyección, historia y calidad. Hoy, 120 meses después, Bogotá sigue con una gran historia, pero tristemente para los que la queremos, manchada de corrupción, funcionarios en la cárcel o inhabilitados en desobediencia jurídica, eso sí, movilizándonos en tiempo récord y sin manifestaciones durante una hora y media hasta nuestras casas.

Tercero, tener un celular: Como primer dignatario de la capital del país, acostumbrado a gobernar por redes sociales, el señor Alcalde tuiteaba sus decisiones a cualquier hora y en cualquier lugar dando así por notificada a la opinión pública, la misma que por su propia recomendación, no debía sacar el celular a la calle por los incrementos en las tasas de violencia, acto que por supuesto va en contravía de una de sus principales funciones: velar por la seguridad de los ciudadanos. 

Cuarto, creerse el cuento de atacar a Washington: Hay que leer, pero también hay que ver cine y series como House of Cards. Si un político tiene una doctrina revolucionaria apegada a términos anti imperialistas, anti capitalistas y demás, cuando lo destituyan, puede hacer lo que quiera, llorar, patalear y tuitear, pero lo que no puede hacer nunca es ir “al imperio” a pedir cacao.

Quinto, hacer, deshacer y volver a hacer: Con gran ímpetu revolucionario afirmaba el señor Alcalde: “vamos a quitarle el negocio a estos operadores de basura que tanto daño le han hecho a la ciudad”; y a tan sólo dos días de su brillante decisión: “vamos a invitar a estos señores operadores para que nos ayuden en algunos sectores de la capital”. “El pico y placa será de todo el día”; “el pico y placa será para vehículos pares e impares”; “habrá pico y placa en el centro”, “levantamos la medida de pico y placa en el centro”. “Un referendo es inconstitucional a la hora de evaluar la decisión de la ciudadanía”; “aceptamos el referendo”. Estos son tan sólo algunos ejemplos de coherencia, concentración y suficiencia a los que nos tiene acostumbrados el Germánico Gustavo, quien hoy, más que gobernar, se ha dedicado a llenar de pancartas las instalaciones distritales para comercializar su continuidad en un gobierno carente de eficiencia transparencia y legitimidad.

Gustavo inhabilitado es el claro ejemplo para usar la “tutela”, la marca de cobijas preferida por los colombianos que pretenden garantizar su continuidad a partir del ya famoso y desastroso “vencimiento de términos”.

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