Las reacciones poselectorales versan sobre todos los temas posibles. Desde la compra descarada de votos el día de elecciones y en las narices de la policía, pasando por la valoración ambivalente de las autoridades electorales hasta llegar a la ilegitimidad de los elegidos. Así las reclamaciones son de distinto tono, el problema, al menos el que se percibe si se raspa un poco, estriba en que el sistema político-electoral colombiano está en un punto de inflexión.
No pocas empresas encuestadoras no le pegaron ni a media proyección electoral. Algunos registros de intención de voto señalaban que el Partido Conservador iba a estar por debajo de partidos como el Polo Democrático o el Liberal; que el voto en blanco iba a obtener una cifra de votos sin precedentes nacionales castigando a la ‘tradicional’ clase política; que el Mira no iba a pasar el umbral y, que la consulta Verde iba a estar más reñida. Como se vio, pasó precisamente lo contrario. Y, en función de los verdaderos resultados es que las reacciones tienen tonos e intereses disimiles.
La primera critica la conveniencia de la circunscripción nacional. Es probable que el ciudadano que votó el domingo, lo hizo por dos opciones: una vez para senado, que es la circunscripción nacional y la otra, para la cámara de representantes, que es la regional. Sin embargo, al ver los resultados es confuso ver que algunos senadores oriundos del Valle del Cauca, de Atlántico o de Santander obtengan altas votaciones en municipios de Casanare, Meta o Putumayo.
La explicación inmediata es que ‘compran’ candidatos a la Cámara en dichas regiones. Es decir, un senador que tiene como bastión electoral a Barranquilla se alía con un candidato a la Cámara por Vaupés, sin importar si es del mismo partido, para que hagan llave electoral y así consolidar el triunfo, por lo general del primero. Mientras el segundo, que de seguro, se quema sin pena ni gloria.
La segunda crítica se centra en la lectura sobre los resultados de la abstención. Con un dato cercano al 60%, la abstención, de nuevo, se convirtió en el caballo de batalla de algunos columnistas, analistas políticos y personalidades de la farándula para cuestionar la elección. Defienden que la alta abstención es producto del hastío de la ciudadanía por la corrupción, el desgobierno, el ausentismo, la irresponsabilidad política, el derroche, el abuso de poder, etc, etc…
Pero, ese 60% no refleja solo ese sentimiento, que aunque probable y justificado, no es concluyente. Primero porque hay personas que por sus oficios dominicales no pueden votar. En promedio, empiezan labores desde las 7 a.m. hasta las 5 p.m., cuando ya las urnas ni han abierto o ya fueron cerradas. Otros por simple y física pereza y apatía. Muchos ciudadanos prefieren dedicarse a la molicie dominical que ir a buscar su puesto de votación al otro extremo de su domicilio.
Algunos pierden su cédula justo semanas o días antes de la elección y, por ley, solo se puede ejercer el voto con la cédula de hologramas. Unos pocos, se dedican a sus asuntos y, dejan el plan de votar para lo último, y cuando llegan a su puesto, se quedan haciendo fila sin poder votar. Y, así, se podría enumerar muchas más razones que nada tienen que ver con ese ‘castigo’ abrumador a la ‘tradicional’ y ‘corrupta’ clase política colombiana que refleja la abstención. Como siempre medios y personalidades acomodando la realidad a sus intereses.
Otro reclamo unido al de la abstención es el costo económico de las elecciones. Según el Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, para las elecciones de congreso y presidencia se destinó casi un billón de pesos, triplicando la cifra de hace cuatro años. Claro que es una cifra exorbitante para una participación tan baja. Y ni que hablar de los costosos procedimientos consulares para que los colombianos domiciliados en el extranjero pudieran votar. A pesar de que en los consulados colombianos, las elecciones comenzaron una semana antes de la fecha nacional, los registros fueron muy bajos. Incluso en países donde hay numerosas comunidades de colombianos como Ecuador, Estados Unidos, España, Argentina, entre muchos más. Con todo esto, la crítica está mal planteada.
No porque poca gente vote, para las próximas citas electorales se deban ahorrar los recursos en tarjetones e inscripción de cédulas de esas personas que no votaron. Al contrario, lo que se debe hacer es que las autoridades políticas y electorales asuman su responsabilidad en la escasa pedagogía electoral y, que la cultura política colombiana se direccione a ejercer sus preferencias políticas, no solo en blogs sino también con el voto.
Asimismo, hay otra arista del costo económico de las elecciones: la implementación del voto electrónico. Varias organizaciones ciudadanas que vigilan los procesos electorales, los partidos políticos y las autoridades político-electorales reclaman la implementación del sistema de voto electrónico para el territorio nacional y para los extranjeros, el sistema de votación por correo. Si las quejas sobre el desperdicio de plumones, logística y publicidad para votar manualmente son agrias y numerosas, no sobrará reflexionar si los tradicionales abstencionistas al no votar, se quejaran de un sistema electrónico cuya compra, implementación, vigilancia y protección son igual o más onerosas que el del procedimiento manual.
Entonces, más allá de las necesarias y urgentes reflexiones sobre las afectaciones al erario de las pasadas elecciones ¿cuál es su costo político? Pues es alto y alarmante. Las consabidas trampas y artimañas electorales de caciques políticos que obtienen ingentes cantidades de votos en regiones apartadas de la geografía nacional siguen minando el prestigio y nombre del congreso nacional.
Candidatos de bolsillo que recolectan pocos votos prescindiendo de las filiaciones partidistas, cuestiona el accionar de los líderes nacionales y de la responsabilidad política de los partidos políticos a la hora de conformar sus listas. Y si se le suma, una baja cultura política de la ciudadanía que percibe la ineficiencia del voto como instrumento de participación política, el sistema político electoral seguirá siendo blanco de fuertes críticas. Así solo se manifiesten en periodo poselectoral porque antes, ni se recuerda la existencia de dichas entidades.
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