Me rompo la cabeza pensando cómo fue que llegamos a esta triste situación de una nación dividida que cuando al fin logró la anhelada paz, no supo entenderla, ni disfrutarla, ni mucho menos aprovecharla. Como en el mito de Sísifo, parecemos condenados a llegar a la cima de la montaña con la pesada piedra, para dejarla rodar y empezar de nuevo. Es peor que la patria boba del comienzo de la República. Es una patria boba doble y agravada, donde además de perder el tiempo, nos damos el lujo de agredir la base de nuestras propias instituciones.
Lo más lamentable es que nos quitaron el derecho a la esperanza, que supuestamente es lo último que se pierde.
A través de un trabajo continuado y sistemático realizado principalmente por las redes sociales, se ha venido ejecutando el plan que tiene como principal instrumento de acción las llamadas fake news. El nombre de “news” es exacto, pues la primera regla básica para quien pretenda desdibujar un concepto usando las redes es evitar que los comentarios que se hagan para ir derruyendo la imagen de algo o alguien, en este caso la paz, sean vistos como opiniones y lograr que se aprecien más como hechos “objetivos”, a la manera de quien entrega una simple noticia. El siguiente paso en el manual para alterar la imagen de algo o alguien en las redes es, creada la mentira o la verdad a medias, lanzarla en redes y lograr que la idea se replique por varias voces en simultánea o de forma escalonada para crear la sensación de bola de nieve. Para quien navega en las redes es muy difícil determinar con precisión el impacto de la información que recibe y una vaga percepción de cierta expansión de la noticia puede ser suficiente para permear el punto de vista de muchos desprevenidos. Así mismo, resulta muy útil repetir y repetir mentiras básicas y fáciles de entender, así no haya ninguna prueba o sustento, pues al cabo del tiempo la mentira disfrazada de verdad, va calando en la mente y termina por configurar una tendencia.
A esto se agrega que, como dice Han Byung Chul en su libro Sicopolítica- neoliberalismo y nuevas tendencias de poder-, la interacción en las redes se ha ludificado, pues con la lógica de la gratificación del me gusta, la comunicación social se pasó al modo juego. Entre me gusta y me gusta, entre amigos y seguidores, las mentiras van pelechando y van tomando forma de verdad revelada.
Existen varias leyes destinadas a proteger derechos esenciales que tienen una relación colateral con el grave problema de las noticias falsas, como la privacidad, la libre competencia, pero en realidad la legislación no cuenta con instrumentos eficaces para hacer frente directo a este flagelo. Las normas existentes apenas se limitan a teorizar sobre el derecho que todos tenemos a la información veraz y completa.
Y así es como, a punta de fake news, se nos está yendo la paz por entre los dedos. Pensando en cómo pasó esto, me acordé de El Flecha, extraordinario personaje del escritor David Sánchez Juliao, boxeador de profesión, quien narró su propia pelea que perdió contra La Esperanza así: “Vemos allá a la esperanza en su esquina, con bata francesa, zapaticos tenis americanos, pantalonetica con la bandera de los Estados Unidos, guantes de cuero de cabritilla, alimentada y masajeada por el señor Presidente de la República. Lista la esperanza en su esquina.
Y en la otra esquina, fanáticos del boxeo, Javier Durango, alias El Flecha, con tenis loriqueros de cuero de abarca, pantaloneta de lona de cama, y un guante de catcher en cada mano. Lo masajea y lo alimenta la jodidez de este hijueputa mundo.
Listo los boxeadores en el centro de ring...”. Después de varios intercambios, pierde Durango con directo de derecha y knockout fulminante de la Esperanza.
¿Quiere publicar su edicto en línea?
Contáctenos vía WhatsApp