Elon Musk, multimillonario sudafricano de 47 años, se convirtió en un referente mundial del emprendimiento y la innovación. Forbes lo consideró en el 2016 como la persona número 21 más influyente del planeta, como resultado de sus mega creaciones en el campo de la ciencia y la tecnología.
Lo más poderoso de la figura de Musk no está en el rotundo éxito empresarial (su fortuna supera los US$20.000 millones), sino en la manera como ha enfocado con mucha claridad sus iniciativas empresariales hacia el mejoramiento de la humanidad, a través de cambios drásticos en el ambiente y en la sociedad.
Su primera empresa Zip2 ya dejaba perfilar el talento de Musk y su habilidad empresarial; dedicada a gestionar el alojamiento de sitios web, la empresa fue adquirida al poco tiempo por US$280 millones.El siguiente salto lo dio hacia las tecnologías para la gestión de servicios financieros por medios electrónicos, al fundar la empresa que luego se transformaría en PayPal, la que luego sería comprada por eBay por más de US$1.600 millones. Uno de los proyectos que más fama de emprendedor fuera de concurso le ha dado a este ya emblemático líder mundial ha sido el de llevar un cohete a Marte. Los avances conseguidos a través del desarrollo de sus dos cohetes hasta ahora concebidos, el Falcon 1 y el 9 han servido, entre otras cosas, como base para construir el primer vehículo de lanzamiento fuera de órbita que puede ser reutilizable.
SolarCity, otra de sus joyas empresariales, que ya hoy en día constituye el mayor proveedor de energía solar en Norteamérica, busca ayudar a ponerle freno al calentamiento global. La misma visión subyace a la firma Tesla Motors, tal vez la más famosa de sus empresas, que vio nacer el primer vehículo eléctrico verdaderamente viable, el Tesla Roadster, cuya segunda versión se presentó en sociedad en año pasado, convirtiéndose en el primer carro que será capaz de acelerar de 0 a 100 kms por hora en menos de 2 segundos.
Entre otros brillantes emprendimientos de Musk está el proyecto de almacenamiento de energía renovable (Powerwall), la iniciativa para comunicar la inteligencia humana y la artificial (neuralink) y la compañía que busca extender la longevidad (Halcyon). Tal vez su última apuesta está en la investigación para crear un sistema de transporte que permitiría llevar a personas en una décima parte del tiempo que se demora hacerlo en carro, usando un tubo que contiene cápsulas de aire a diferentes niveles de presión.
Saco a relucir la historia de Musk, porque ahora que se habla de economía naranja, me pregunto si el país puede llegar a generar innovadores de talla mundial y asegurar que sus emprendimientos se mantengan localizados en el país. En teoría estamos listos: contamos con varias universidades de primera línea y la ley 1286 de 2009 creó el Sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI), orientado a propiciar el desarrollo productivo, y al fortalecimiento de una cultura basada en la generación, la apropiación y la divulgación del conocimiento, la innovación y la investigación científica.
En la práctica, la situación es muy precaria. El presupuesto estatal para innovación es inferior al 1% y, a pesar de los esfuerzos, no se ha logrado articular el circuito de oro (universidad, empresa y estado). Tampoco están bien conectados los ámbitos nacional y regional y la fuga de científicos, emprendedores e innovadores sigue siendo un problema. Lo importante ahora es que la llamada economía naranja (las industrias creativas como motor de desarrollo) no termine como una narrativa separada, sino que se vincule a los sistemas ya existentes y se ordene bajo la institucionalidad actual.
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