Como ciudadanos del mundo asistimos al escenario de una revolución social, que fue gestada con la invención del teléfono/ fax y cimentada sobre la base de equipos informáticos y software: la revolución de la digitalización. De la mano de la cuarta revolución industrial y el internet de las cosas (IoT por sus siglas en inglés), la última década ha permitido acelerar la implementación de sistemas informáticos/digitales que reemplazan eficientemente la comunicación interpersonal presencial.
Tendencias como el “home-office” o trabajo a distancia, digitalización de equipos de trabajo, emprendimientos tecnológicos entre otros, son el resultado de la instauración de una cultura que se desarrolla tras una pantalla. El arte, la literatura, la ciencia y otras actividades humanas se han adaptado para mantener su vigencia en línea. Actividades instintivas como la búsqueda de pareja y la satisfacción de deseos sexuales se han trasladado también al escenario informático.
A pesar de este cambio que era inminente en la civilización muchos actores de la “vieja guardia” de empresas, centros educativos, sectores de gobierno y otras actividades humanas, guardaban recelo por la transformación digital (algunas veces con razón fundándose en temas de privacidad y otras por simple miedo al cambio). De la misma manera como tememos al reemplazo de la mano de obra humana en fábricas por robots (cuestión inminente), los seres humanos tememos que las dinámicas humanas sean reemplazadas por esquemas digitales.
Es así como en un escenario de cambio que ofrecía ciertas resistencias, de la nada llegó a nosotros un factor de caos y disrupción nada novedoso, básicamente una pandemia medieval. El Covid-19 la enfermedad del siglo XXI que pareciera más una peste renacentista, es digna de ser descrita en un cántico o plasmada un cuento de Edgar Allan Poe (la muerte roja tal vez). Un virus que nos obligó a vencer el miedo a la digitalización y darnos cuenta de un factor determinante: en la década por iniciar quien no sea digital es analfabeta.
Tal como somos conscientes que el usar correctamente el inglés como “latín” de nuestros tiempos, nos abre puertas comerciales, transaccionales y laborales que sobrepasan las fronteras colombianas, siendo absolutamente necesario para la internacionalización, ahora, somos plenamente conscientes de la necesidad de ser digital. Ser digital es entender las dinámicas informáticas, empezando por el “networking” y la manera de conocer amigos y posibles socios de negocio a través de las redes sociales. Ser digital en la empresa moderna es promover espacios informáticos, permitir que los empleados trabajen desde casa, promover la menor planta física empresarial posible, aprender a usar los sistemas para reuniones y trabajo en línea y sobre cualquier cosa proponer ideas nuevas para minimizar el desplazamiento y contacto físico humano.
En pocos meses el Covid-19 nos ha obligado a convertirnos en digitales, en ciudadanos que expresan opiniones políticas en redes sociales, en abogados tipo “call-center” que atendemos a nuestros clientes con una diadema plástica sobre nuestra cabeza, en empresarios que celebramos negocios internacionales a través de Smart-contracts firmando digitalmente.
Seamos realistas, la pandemia cambió el mundo para siempre, el distanciamiento social va a ser menor pero no va a dejar de existir en una era post-Covid y quien no sea digital será obsoleto para el mundo actual.
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