A lo largo de estos duros meses de pandemia y ahora inmersos en lo que los medios denominan “estallido social”, protesta, paros y vías de hecho, hay un punto común entre los actores de la realidad nacional y es el trabajo. El trabajo es transversal a las demandas y peticiones, se exige empleo formal, estable y de calidad y a su vez se pide que dejen trabajar y producir, en medio de la dificultad que ya traíamos por cuenta del Covid-19 a ver si podemos levantar cabeza sin ahondar nuestra dura realidad y pobreza.
A riesgo de relatar una obviedad, la ruta del autosabotaje económico se presenta clara y contradictoria. Los activistas del paro piden empleo y los empresarios pierden el mercado por cuenta de los bloqueos. Los marchantes exigen inversión, pero con mínima tributación, recaudo que solo es posible si hay producción, la cual está estancada por las vías de hecho. No es posible disolver las vías de hecho so pretexto velado del derecho a la protesta y se protesta porque hay desigualdad estructural, principalmente por ausencia de empleo formal e inversión. A su vez, la academia propone, pero los actores hacen oídos sordos y en el sánduche quedan los ciudadanos de a pie que no pueden trabajar y son presa de lo que parecen mezquindades pre electorales, vacías, mesiánicas y sin propuestas de construcción de una visión colectiva incluyente.
Es un discurso tautológico, cualquier posición es verdadera para cualquier asignación de valores de verdad, o para cualquier interpretación y como poseedores de la verdad no parecen dispuestos a ceder sino a prevalecer.
¡lista la foto! Entonces, en la búsqueda de alternativas desde este lado de la opinión, me cuestiono sobre la imposición de la negociación, sobre el diálogo. No son nimiedades; cuando se escoge la vía de la negociación “a la colombiana” – aclaro –, se empieza con la desconfianza y de ahí que se requieran “garantías” para simplemente dejar hablar al otro y luego iniciar un intercambio, de techos, pisos con barreras de lo no negociable, en debates infinitos poco eficientes que distan de la necesidad de intervención efectiva actual.
Diferente es el diálogo y especialmente el concepto de diálogo social, que en palabras de la OIT se entiende como consenso, sobre lo económico y lo social en interlocución entre Estado, empleadores y trabajadores, todos con la voluntad política y el compromiso con el otro. Y como puede ser institucional o informal, requiere del acuerdo de mínimos para de ahí construir – que no imponer – los pilares de las políticas sociales y económicas que impulsen el cambio demandado.
Dejemos de pensar en dar lo mínimo y exprimir el máximo, para concentrarnos en un diálogo efectivo y atacar la desigualdad que nos polariza. No se requieren más normas, se requiere recoger lo que ya existe en los postulados constitucionales para materializar “la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un orden político, económico y social justo”. A este paso, estamos haciendo del mejor país del mundo tierra arrasada y dejando en letra muerta el preámbulo de la constitución.
Si me lee como empresario, empleador, si me lee como líder social o sindical, si me lee como trabajador, como servidor público y como estudiante, campesino o ciudadano lo invito a pasar a la acción reflexiva sobre lo que es mejor para todos y a leerme como colombiano, ante la siguiente pregunta, si el trabajo nos mueve ¿por qué no andar juntos el camino?
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