En columnas anteriores he resaltado como la confianza es la base fundamental en las relaciones humanas cualquiera que estas sean. En lo laboral no es diferente, pues se teje una red de relaciones personales cuyas dinámicas dependen fundamentalmente de un termómetro, de certidumbre y de seguridad; que se replica en las relaciones institucionales.
Este último trimestre de 2022, se ha caracterizado por la volatilidad. Mella en la confianza, ausencia de certidumbre y la poca seguridad en el contexto económico al que se le suman las cifras de devaluación, inflación y desempleo; escenario de tormenta en el que navegan las reformas tributaria, pensional y laboral, y la concertación del salario mínimo.
En medio, están quienes producen y tributan. Trabajadores y empleadores - empresas, todos muy preocupados por el ambiente en el que evolucionan los vientos de cambio. Hay una cita de Churchill que merece reflexión en este tiempo: “Muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir, otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar, y muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro”.
Si se abate, se ordeña y se pone a tirar del carro al tiempo, no habrá empresario que pueda generar riqueza que permita materializar los deseos de trabajo digno, redistribución, igualdad y progreso que en suma es lo que anhelamos los colombianos; todos los colombianos queremos que nos vaya bien.
La trampa en la que no puede caer la concertación a la que estamos llamados, es la prevalencia del discurso, la demagogia y el populismo. Inevitable si, reconocer las brechas profundas y la necesidad de fortalecer la institucionalidad que funcione para todos y no para algunos “todos”. Escuchar, no para responder, sino para proponer.
Lo que se percibe, es que no hay propuestas sino improvisación, que además es amplificada por la comunicación informal que a boca posts y afirmaciones insulares de micrófono se van ajustando a las voces que quienes más se alzan. Dar tranquilidad a los interlocutores para un diálogo verdadero y realmente equilibrado puede ser la clave para enfocar el panorama laboral, sindical y económico para los próximos años.
Mientras encontramos la vía, conviene tener presente que una sobrecarga en las obligaciones de empleadores puede generar el efecto perverso de incentivar la informalidad y precariedad y de contera debilitar las cifras de ocupación; escenario a todas luces indeseable. En inclusión, el reto esta en la ruralidad, la producción agropecuaria tecnificada no es acción de un día; es un proceso que implica incentivos reales en formación, empleo e infraestructura, porque se insiste en que no todos los empleadores son iguales.
De seguir siendo formalmente informales y en el diálogo aparente se continuará transformando los acuerdos ficticios en pleitos jurídicos, perpetuando conflictos que no cambian la realidad ni mejoran la situación laboral individual y colectiva de los trabajadores colombianos y sus familias.
Por ello, sin perder el propósito del cambio, conviene volver sobre lo fundamental, y es que en lo laboral, la finalidad es lograr la justicia en las relaciones, dentro de un espíritu de coordinación económica y equilibrio social.
Importante reto, tienen los ministros y negociadores, para que de manera articulada puedan armonizar lo deseado en términos de productividad, empleo y desarrollo económico, para que organizados quepamos todos y las expectativas no sean más incertidumbre.
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