Esta semana se cumplirán dos meses desde que los términos judiciales fueron suspendidos que se prolongarán, por ahora, por dos semanas más. La incertidumbre sobre cuándo terminará esta situación no parece tener un fin cercano.
A ciencia cierta, no sabemos cuándo terminará este confinamiento, pero sí podemos estar casi seguros de que cuando termine no vamos a ser los mismos. Esto, que puede sonar como la más trillada frase de autoayuda no lo es tanto. Como dije en mi columna pasada, llevamos más de 8 años tratando de “modernizar” la justicia e implementar el uso de TIC, sin mucho éxito por diferentes razones. Sería muy injusto atribuirle esta mora tecnológica únicamente a la Rama Judicial. Estoy plenamente convencida de que en esto mucho tenemos que ver los litigantes que, aunque hoy vemos con preocupación esta extraña “quietud” judicial, tampoco presionamos que los cambios se produjeran y, por nuestra insistencia, el uso de las TIC empezara a normalizarse.
No seremos los mismos. Estos días nos han permitido cuestionarnos sobre cada una de las actuaciones que, ahora sí por fuerza de necesidad, habrían podido intentarse por otras vías. Nuestra actitud y disposición para dar el giro a la litigación digital, no presencial y sin sellos de presentación personal o autenticación (que desconoce las presunciones de autenticidad) van llevarnos a una nueva forma de ejercer el litigio. Seremos otros, capaces de vivir, ahora sí, la presunción de buena fe, como mandan nuestros códigos.
Me llena de entusiasmo imaginarme cómo vamos a evolucionar. Veo con ilusión cómo incluso los más renuentes al uso de la tecnología en los procesos judiciales, por fuerza de necesidad empiezan a pedir que demos el salto a lo digital. Los paradigmas van a empezar a romperse y, quien quita, hasta reevaluemos la necesidad de nuestro litigio tradicional: el presencial. Nos veremos forzados a desarrollar nuevas habilidades comunicativas y establecer nuevos símbolos y códigos de comunicación. Las reservas sobre lo poco efectivo de los interrogatorios virtuales porque “no es posible percibirlo todo a través de una pantalla”, se harán a un lado ante la actual verdadera preocupación: la imposibilidad de avanzar en los procesos.
Durante este tiempo, según la Dra. Diana Remolina, presidenta del Consejo Superior de la Judicatura, se han celebrado más de 7000 audiencias virtuales que demuestran que sí es posible e incluso eficiente, acudir a estos mecanismos tan “impersonales”. Cuando todo esto pase ¿seguiremos insistiendo en que, si no es cara a cara, sentados físicamente en una sala de audiencia percibiendo todo lo que ocurre con nuestros cinco sentidos, las actuaciones no serán y es mejor evitarlas?
Confío en que los esfuerzos que se han venido haciendo para tratar de reactivar en algún momento los términos judiciales, las capacitaciones sobre cómo conducir audiencias virtuales y, la cada vez, más necesaria obligación de volver a la marcha, nos dejen una nueva administración de justicia y, sobre todo, una nueva noción del ejercicio profesional que tenemos los litigantes, que, sin duda, al mejor estilo de las teorías de la evolución, dará frutos que se traducirán en un mejor y eficiente servicio.
Quiero creer que no seremos los mismos, seremos más prácticos y hasta más eficientes. Es imposible que no aprendamos de todo esto y que no nos cuestionemos y forcemos los cambios. No estuvimos preparados, es verdad, pero podemos (y debemos) ponernos al día.
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