Antes de la era de las redes sociales, las abuelas solían decir que las palabras se las llevaba el viento. Y sí, antes de que las redes sociales se volvieran una fuente permanente de información y recipiente de las más variadas opiniones, las palabras se quedaban en eso: palabras que el viento se llevaba y que quedaban condicionadas a la memoria de quienes las escuchaban.
Hoy, cuando las relaciones interpersonales dejaron de ser directas y se construyen en gran medida a través de redes sociales (pregúntenle a los nativos digitales cuánto hablan con sus amigos, conocidos y compañeros sin emplear redes sociales) las palabras dejaron de ser aquello que el viento arrastra para quedarse fijas en la red y ser fácilmente rescatables aún en su modo más básico: el caché.
Por supuesto, toda esa parafernalia de cómo difícilmente algo que estuvo “al aire” en la red puede ser borrado, acaba con el dicho de las abuelas. Las nuevas tecnologías traen consigo nuevos deberes, derechos y responsabilidades, como es natural pero tan poco obvio para algunos usuarios. La semana pasada el Juez 71 Civil Municipal de Bogotá ordenó a Gustavo Petro a retractarse de uno de sus particulares tweets. En esta ocasión, como muchas otras, la falta de mesura y responsabilidad del exalcalde en sus manifestaciones lo condujeron a plantear lo que aparentemente él consideró una denuncia contra el Contralor Distrital a través de su cuenta de Twitter como quien, en una reunión privada, saca conjeturas sobre un chisme de ascensor.
Aunque ya varias veces los jueces nacionales han insistido en que las redes sociales pueden llegar a asimilarse a medios de comunicación y por lo tanto operan las mismas reglas de retracto y rectificación, hacer caso omiso de esto y actuar irresponsablemente publicando en redes sociales improperios, inexactitudes y denuncias informales parece ser la regla porque “se puede borrar” o “eso nadie lo ve”. Puede que se trate de falta de conciencia sobre el alcance e impacto de lo que se publica en Twitter (que por mucho que parezca no es una reunión de amigos que dicen cosas absurdas) lo que hace que tanto Petro como otros personajes de la vida pública y política nacional aprovechen ese conducto para decir cuanta cosa pase por su cabeza esperando que, como si fueran palabras lanzadas al viento, se pierdan en el dinámico feed de los usuarios; o tal vez, entendiendo el impacto de sus palabras en 140 caracteres crean que, como en Las Vegas, lo que pasa en Twitter se queda en Twitter y no tiene consecuencias, por lo menos para ellos porque son solo palabras que el viento se lleva y en el peor de los casos siempre estará la opción de borrar lo dicho. Como si nada hubiera pasado.
En el caso del bochornoso tweet de Petro en el que denuncia al Contralor Distrital por supuestamente contratar a hijos del cuestionado exmagistrado Leonidas Bustos para comprar impunidad y que el Juez ordenó rectificar porque borrar no es suficiente en esta era de recuperación de caché, lo único que realmente inquieta es: ¿Qué pretendía Petro al lanzar semejante tweet? ¿Por qué no elevó su denuncia formalmente ante las autoridades competentes en lugar de redactar en limitados caracteres una suerte de telegrama de denuncia? ¿Pretendía iniciar una acalorada conversación con los mencionados en su tweet y dar un espectáculo como los otrora debates que protagonizó en su paso por el Congreso?
Cualquiera que sea la respuesta a estas preguntas deja en una posición bastante cuestionable al exalcalde que quedó como el loco de los pueblos coloniales gritando solo en la plaza, para ser recogido luego por los policías. Porque a diferencia del exalcalde, quienes se sintieron afectados por el tweet acudieron a los mecanismos jurídicos para remediar la situación; mecanismos que de haber sido empleados por Petro habrían logrado cuando menos que se iniciara una investigación y no, como pasó, terminado en una retractación. Como dirían en Twitter #torpeza
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