El fin último del ser humano, en relación con todo lo que lo rodea, debería ser, en mi opinión, la capacidad de generar bienestar a la mayor cantidad de seres humanos posibles (inclúyase seres vivos en la medida en que esta definición lo permita), con el menor impacto o deterioro de los recursos naturales y del medio ambiente en el que vivimos, aún cuando no se generen las ganancias económicas que el sistema capitalista demanda.
Si usted lector, al igual que yo en algún momento consideró que el impacto no debería ser mínimo sino nulo, estaría albergando un sentimiento muy noble y empático. Sin embargo, no vivimos en un mundo ideal y tenemos que ser realistas, ya que tan solo la existencia del ser humano per se, genera impactos sobre el medio ambiente; por ejemplo, con sólo respirar inhalamos oxígeno y expulsamos dióxido de carbono. ¿Exagerado? Es posible, pero son los hechos.
Como seres humanos, estamos en una búsqueda constante de desarrollo en su más grande expresión, la mayoría con fines netamente personales a nivel económico y financiero, otros pocos con fines altruistas. Esas búsquedas se traducen en la realización de grandes proyectos energéticos, industriales, mineros, tecnológicos, de infraestructura, inmobiliarios, entre muchos otros.
Algunos de estos megaproyectos son exitosos, y logran generar grandes avances para la humanidad y paralelamente, generaran riquezas para el autor del proyecto y crecimiento económico para la región en la cual se llevó a cabo. Los que fracasan, como el incipiente Hidroituango, generan consecuencias realmente trágicas.
Cabe señalar, que el éxito del proyecto, no implica que éste no tenga impactos sobre las comunidades y el ecosistema que los rodea, ya que necesariamente los tiene. En los casos felices, los autores del proyecto han logrado acuerdos con las comunidades y han implementado medidas compensatorias que de una u otra forma disminuyen los impactos negativos sobre el medio ambiente. En otros casos, el desarrollo de un proyecto exitoso, genera total descontento de la población y consecuencias catastróficas para el medio ambiente, ya que no todo puede ser sopesado con un signo de pesos.
Las leyes que hemos creado como sociedad, permiten la evaluación de los megaproyectos, en sus diferentes aspectos, en pro del cumplimiento del marco normativo de la Constitucional Política de Colombia y el desarrollo legislativo y jurisprudencial que se ha dado alrededor de los derechos humanos y derechos al medio ambiente y del medio ambiente. De esta forma, aislado de los intereses burocráticos de los que rara vez somos ajenos, se intenta valorar la mayor cantidad de impactos y riesgos que un proyecto puede generar, con el fin de determinar, en un acto de ponderación, qué intereses prevalecen para establecer si el proyecto es viable desde el punto de vista económico, social y ambiental.
Sin embargo, desde la arista del medio ambiente y del ecosistema, algunas valoraciones de la Ley se quedan cortas. La falta de conocimiento e información, en algunos casos, genera consecuencias que no son posibles de medir o determinar, y en la otra gran mayoría, la codicia del hombre o nuestro humano errar, causa accidentes cuyos efectos son inimaginables. En otras palabras, hay asuntos, cuya determinación no es de orden legal sino racional. Aun cuando muchos pretendan negar el cambio climático que está sufriendo el planeta, las consecuencias de este fenómeno son innegables.
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