En las últimas semanas el gobierno de la República Popular China le está mostrando los colmillos al mundo. Hace evidente un fuerte viraje en su estilo diplomático de los tiempos de pobreza -cauteloso y suave- hacia la confrontación directa e híspida, ahora que se siente super potencia. Lo demuestra, para comenzar, la respuesta a Estados Unidos cuyo secretario de Estado Antony Blinken denunció crímenes de lesa humanidad y genocidio contra los “uigures”, una minoría étnica musulmana ubicada en la provincia occidental Xinjiang. Dos millones han sido detenidos arbitrariamente y sometidos a un adoctrinamiento político, trabajos forzados y tortura. Ello motivó una respuesta conjunta de EE.UU. con la Unión Europea, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, con sanciones a funcionarios chinos, entre ellos, Wang Junzheng, secretario del Comité de Producción y Construcción Xinjuang (XPCC) del Partido Comunista Chino, y al director de la Secretaría de Seguridad Pública de Xinjiang (XPBS), Chen Mingguo, acusados de violar de manera sistemática y reiterada los derechos humanos de los uigures y otras minorías étnicas. China enfrenta esa crisis y la del Tibet desde hace décadas por lo que los habitantes de esas regiones consideran una invasión, seguida de una imposición a la fuerza de la cultura china. La respuesta de Beijing fue el anuncio de sanciones contra el Comité Político y de Seguridad del Consejo de la Unión Europea, el Subcomité de Derechos Humanos del Parlamento Europeo, el Instituto Mercator de Estudios de China y la Fundación Alianza de las Democracias, y contra miembros de los parlamentos británico, canadiense y europeo.
Al mismo tiempo, el pasado 25 de marzo, China adoptó represalias contra las empresas textiles más grandes de occidente, a las que vetó el uso del algodón que se produce en Xinjiang. También promovió protestas nacionalistas en contra de empresas extranjeras, y con apoyo del Comité Central de la Liga de las Juventudes Comunistas inició un boicot masivo en redes sociales contra marcas como Nike, Adidas, GAP, Zara, New Balance y especialmente H&M, para evitar que estas empresas puedan competir en el mercado chino. Muestran encono especial contra H&M. Las plataformas digitales chinas eliminaron del comercio electrónico a esa firma, muchas de sus tiendas en China fueron cerradas y varias celebridades renunciaron públicamente a hacer publicidad con esa y otras marcas. También son desafiantes y agresivas las respuestas en todo lo relacionado con la demanda de libertades en Hong Kong y de soberanía en Taiwán. El gobierno chino está cada vez más intransigente, duro para castigar a sus críticos y para obligar a las empresas extranjeras a decidir entre “apoyar a China o a salir de su mercado” lo cual pone a los empresarios en una encrucijada pues callar su desacuerdo con las políticas del gobierno chino en materia de derechos humanos, los enfrenta con los consumidores y gobiernos de occidente, y si no apoyan al gobierno chino, deben renunciar a ese mercado. También se afecta la libre competencia por la caída de la cotización en bolsa de las empresas extranjeras y porque afectar la cadena de suministro de algodón, genera graves perjuicios a millones de trabajadores chinos y limita el mercado interno de ese producto exclusivamente a las empresas nacionales. Una vez más queda claro que en los negocios con China no existe una línea divisoria entre lo político y lo comercial, que el cambio de actitud siembra un camino de espinas y que los negocios con China no serán tan jugosos como se esperaba. La soberbia de los países totalitarios.
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