Estamos ante una nueva era marcada por una revolución tecnológica en todos los ámbitos de las ciencias sociales -no solo en el Derecho- que implica una mayor interconectividad en un mundo cada día más globalizado.
El surgimiento de estas nuevas tecnologías está ocupando un papel preponderante en la profesionalización del abogado “digital” en la sociedad de la información o del conocimiento en la que la innovación es la protagonista. No se escapa el escenario empresarial, social, económico, jurídico, político y menos el académico. Así que hoy, si el deseo de un jurista es posicionarse en el mercado, es esencial que tenga un adecuado manejo y conocimiento de estas herramientas.
Ante este panorama, no se puede visionar un programa de Derecho para formar a los abogados del futuro que no cuente con cursos relacionados con temas como blockchain o smart contracts (contratos inteligentes). También, es clave ver contenidos asociados al marco jurídico de los servicios de la sociedad de la información, aspectos legales del comercio electrónico, el Derecho a la privacidad, la propiedad intelectual e industrial y los delitos cibernéticos (ciberdelitos).
Ambos temas, el de las nuevas tecnologías y la innovación, además están contextualizados en el ámbito de otro concepto que ha venido ganando terreno y es la llamada “Inteligencia Artificial (AI)”, que en otras latitudes como en España ha sido aplicada al Derecho como herramienta de apoyo y complemento con el propósito de coadyuvar a resolver problemas legales o casos jurídicos, que abarcan la organización de las bases de datos y facilitan las consultas de las leyes y la jurisprudencia, entre otros.
Para el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam), la AI generará en la formación del abogado del futuro importantes impactos en el mundo jurídico, particularmente en la innovación de la profesión. Según la Unam, “el empuje de la inteligencia artificial obliga a buscar nichos nuevos de oportunidades para hacer las cosas diferentes, y en este sentido el abogado se vuelve preventivo y no reactivo”.
Así las cosas, la aplicación de las nuevas tecnologías se vuelve vital en el proceso de toma de decisiones jurídicas para apoyar el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial que eleven la calidad de las decisiones. Un recurso que, contrario a lo que piensan muchos abogados de antaño, no le está pegando superficialmente a la profesión, al contrario, la está impactando directamente su corazón. Ante esta nueva realidad, si o si, los juristas debemos construir un nuevo discurso, distinto al rechazo por la tecnología.
Bajo esta coyuntura, también tenemos que repensarnos cómo estamos ejerciendo el Derecho, especialmente por el impacto que en la profesión viene ejerciendo la innovación y las nuevas tecnologías, cambios que, en la educación, han planteado desafíos auténticos en los contenidos programáticos.
Esta nueva forma de entender la profesión, nos permitirá estar en mejores condiciones para adquirir habilidades técnicas y jurídicas que nos facilite dar respuestas a los clientes o usuarios de la administración de justicia.
Si hay intercambio de mayores cantidades de datos, estamos ante una mejor comunicación; si se trata de entendimiento, esto lleva a mejorar la cooperación social; y si hablamos de desarrollo, se propicia el respeto por los derechos humanos, las libertades públicas y las garantías civiles.
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