Hoy sabemos que Torres salió ileso del desafortunado accidente y que médicos del club ya le han dado autorización para asistir a los entrenamientos con el resto del plantel. Sin embargo esta situación no deja de preocupar, en la medida que podría ser que las medidas exigidas por la Fifa, Uefa y demás organismos reguladores de la competencia resultan insuficientes para velar por la salud y seguridad de los jugadores.
Independientemente de lo aterrador del lance, el resultado de un análisis sobre la responsabilidad del defensor podría generar alguna polémica.
Por situaciones como estas, la NFL, órgano rector del fútbol americano, implementó estrictos protocolos de contusión los cuales obligan a retirar al jugador inmediatamente del campo de juego para ser evaluado por médicos de la liga y un neurólogo independiente; aíslan el jugador, le aíslan de cualquier tipo de contacto con medios, sus actividades diarias se limitan y le imponen obligaciones a los equipos para propender por la salud del afectado.
Si bien entre el fútbol americano y nuestro fútbol hay una gran diferencia, los protocolos para el manejo de estas eventualidades son radicalmente diferentes, pues la Fifa trata únicamente las contusiones en su manual de primeros auxilios, que si bien es detallado, no tiene la profundidad que se requeriría para tratar un tema tan delicado en un deporte que implica un constante contacto físico.
Este incidente no es aislado, jugadores como Drogba, Oscar, Huntelaar o Petr Cech ya han sufrido situaciones similares que han llevado a tomar medidas como la que este último aplica desde hace varios años de jugar con un casco especial para proteger su cabeza de un golpe similar en el futuro.
Pero, superando la discusión de que intervención deba tener la Fifa en el tema, se llega a un punto poco desarrollado en Colombia y que se conoce como la asunción del riesgo. Esta teoría señala que, en actividades deportivas, los partícipes asumen los riesgos innatos a la actividad. Así, no tendría sentido que un futbolista demandara por sufrir una patada o un boxeador por recibir un puño, siempre y cuando la acción se enmarque dentro de una “acción de juego” y no constituya una violación considerable del reglamento de la actividad.
Esta teoría, así suene como poco proteccionista, es la que favorece al final el desarrollo normal de la actividad. El deporte es una fuente constante de daños causados por los participantes en él y si bien es necesario otorgarles una estructura completa de protección a su salud desde la parte administrativa, el derecho no puede convertirse en el mecanismo para racionalizar las lesiones en los juegos, porque si bien los daños son indeseables, no se puede excluir el componente del riesgo a algo que le es innato.
Por lo pronto y hasta que no ocurra una tragedia, el caso de Fernando Torres permanecerá en las primeras planas de los periódicos españoles como un incidente más, sin embargo y en aras de prevenir una desgracia en un futuro, son los organismos rectores de las competiciones los que deben tomar cartas en este asunto.
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