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OPINIÓN

Roberto Ovelar

13 de septiembre de 2015

Andrés Charria

Fundador de Tres Puntos Consultores
Canal de noticias de Asuntos Legales

Dice el inolvidable César Luis Menotti que el fútbol es el reflejo de la cultura donde se juega. En Colombia donde un dirigente como Eduardo Pimentel grita y gesticula como un carnicero napolitano, con perdón de estos, por una decisión complicada del juez de línea, donde un jugador que fue herido de bala tiene que recurrir a una colecta pues no tiene como cubrir su recuperación, donde los equipos de fútbol hacen malabares que tocan la ilegalidad con los contratos de trabajo de sus jugadores sin que Coldeportes, la Federación o la Dimayor hagan o digan nada, el gesto de Ovelar  es el reflejo mismo del fútbol colombiano y muestra que al final quienes ponen lo mejor de sí e intentan mostrar el fútbol que nos gusta son los jugadores.

Tan exótica fue la conducta de este jugador que al siguiente partido la policía de Bogotá le hizo un homenaje y fue trending topic por largo rato en las redes sociales. Ya lo he dicho varias veces en esta columna que la velocidad y juventud de los jugadores hace cada vez más difícil la labor de un solo árbitro algo mayor que quienes dirige que está mal ubicado y que en menos de un segundo debe tomar medidas. El caso en cuestión era realmente difícil, dos manos que tocan un balón a una velocidad considerable es, aún con cámaras de varios ángulos y en súper cámara lenta, complicado para decidir. Solo el jugador a quien le golpeó el balón, en este caso Ovelar, tiene certeza de lo ocurrido y gracias a su entereza logró la decisión justa que no era la mejor para su equipo.

El fútbol da revanchas y en este caso un paraguayo, Ovelar mostró la otra cara de la moneda frente a lo ocurrido con el también paraguayo Marco Lazaga quien gracias a su gol con la mano logró que el Cúcuta Deportivo subiera a primera división.

Una frase desafortunada pero muy utilizada es que el fútbol es de vivos; se aplaude el jugador que simula una falta en el área o aquel que luego de un roce mínimo se retuerce durante más de dos minutos con el único propósito de engañar al juez y lograr una sanción, inmerecida, a su rival, se intimida, se pega y se hacen toda clase de engaños. Es cierto, el fútbol es de vivos, no de tramposos, la habilidad y la posibilidad de sorprender al rival es de vivos, la de engañar al árbitro es de tramposos.

Ovelar no ha sido el primero en observar esta conducta, muchos jugadores en varios torneos aún más importantes que el colombiano han ayudado a los árbitros de manera similar pero es claro que en un país donde impera a ley del más fuerte, donde quienes detentan la autoridad eluden de manera permanente la ley con e desagradable “usted no sabe quién soy yo” es mucho más valiosa. No es un gran jugador, seguramente no ganará los millones que en un segundo ganan las grandes estrellas pero logró como nunca explicar que por encima de un resultado está la ley y que si bien, los jueces son imperfectos se les puede ayudar.

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