Me tomó tiempo coger impulso para escribir esta columna, justo en medio del aislamiento, buscando las palabras adecuadas para transmitir, desde lo laboral, un mensaje razonable, lógico y positivo, sin incurrir en el debieron, el podían haber hecho o el mortífero “es que”, que solo precede a cuanta excusa exista, para desmontarnos por las orejas del reto que hoy se nos presenta.
Teniendo en la mente para esta reflexión a los miles de trabajadores, operativos y administrativos, de cara al cliente o de producción, los de servicios, aquellos guerreros de la salud, los que hacen posible la economía del cuidado y quienes laboran como independientes o autónomos y a sus empleadores y empresarios que a través de su gestión impulsan estas plazas de trabajo, concluí que, enfrentados a nuestra abrumadora realidad, resulta innegable la fragilidad económica, social y política y la necesidad de salir adelante con altura humana.
Estamos a prueba y con nosotros, nuestro sentido de solidaridad. Por ello considero necesario llamar la atención a mis lectores para que se pongan en “modo acción” y dejar a un lado por ahora la individualidad, los indicadores y el margen de ganancia para concentrarse en lo primordial, que no es otra cosa que proteger a las personas en su salud, seguridad y trabajo para que, en un tiempo, podamos apretar el botón y volver a producir, más, pero sobre todo mejor.
Hoy estamos abocados a interrumpir nuestros compromisos con proveedores y consultores independientes, ir a vacaciones forzosas o anticipadas, suspender los contratos de trabajo o terminarlos dolorosamente, porque quizás muchos estuvimos dando por hecho que las cosas les pasan a otros, pero no a nosotros y que en todo caso para eso está el Estado. Pero no, el Estado somos todos y hoy, las defensas están bajitas y el peligro es fracasar como comunidad.
El Código Sustantivo del Trabajo en el artículo primero dice que las normas del trabajo buscan antes que otra cosa, “lograr la justicia en las relaciones que surgen entre [empleadores] y trabajadores, dentro de un espíritu de coordinación económica y equilibrio social”. A su vez, el sistema de protección social se cimenta en el principio de solidaridad y la Constitución nos llama a proteger el trabajo; y estos mandatos no son para el Estado, pues no es un asunto del otro, es decir, del Estado como “otro”, es un asunto de todos.
Solidaridad se define por la Real Academia de la Legua como una “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. ¿Qué nos dice eso de la “la causa” o “la empresa de otros”?
Pues no es otra cosa que, en estas circunstancias de necesitad, tener empatía y hacer lo humanamente posible por liberar la angustia del que vive del o al día. Si se tienen los medios, convendrá que muchos, pero sobre todo los poderosos (y no hablo de los políticos), concurran a la responsabilidad social para inyectar la liquidez que requerimos en estos momentos para superar la angustia económica que acompaña el virus.
No se requieren préstamos a bajo “costo” se requieren sin costo, se necesitan alivios reales y frenar la costumbre pagar a 90, 120 o 180 días, aliviar las cajas, al deudor, priorizar en la medida de la posible el preservar las fuentes de empleo, busquemos todas alternativas para evitar que la pandemia, además de muertos, nos deje en la quiebra y con ella, los sobrevivientes mendicantes del desempleo.
P.D. Gracias a todas las personas que aportan. A las que luchan por nuestra salud y nuestra supervivencia desde el aislamiento.
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