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OPINIÓN

Educación pública y libertad de cátedra al patíbulo

01 de abril de 2019

Kenneth Burbano Villamarín

Director Observatorio Constitucional Universidad Libre
Canal de noticias de Asuntos Legales

Se han difundido algunas propuestas que buscan poner límites a la libertad de cátedra y sancionar a los profesores; como también, que el Estado pague educación privada a jóvenes de pocos recursos para dar educación con calidad, y lo de fondo en ambas iniciativas, es evitar el adoctrinamiento en las aulas de clase.

Leí en el libro Filosofía y Derechos Humanos que hay tres ideas de libertad: como participación política, como no interferencia y como liberación; si con la educación se pretende que la coexistencia de los derechos sea posible, lo primero que debe evitarse es coartar las libertades.

Desde temprana edad hay que edificar la participación política, la toma de decisiones autónomas, que le permita a los(as) niños(as) y jóvenes elegir a sus gobernantes, escoger el rumbo de sus comunidades, bajo el entendimiento que los derechos políticos le pertenecen a la persona y no son una concesión de quienes detentan el poder.

Ahora bien, los profesores en las aulas no pueden perturbar o irrespetar las creencias y convicciones de los estudiantes, ni compeler o discriminar a quienes no compartan su forma de pensar o su doctrina, esto no es libertad de cátedra, lo prohíbe la Constitución y la ley, por tanto ¿Para qué una reforma en este sentido?

En la educación mediada por la enseñanza y la pedagogía no es acertado imponer patrones sobre cómo discernir y actuar, ni reglamentar materias o áreas donde se le prohíba a los estudiantes y profesores hablar u opinar sobre su ideología, su percepción del Gobierno, su afinidad o discrepancia con el ejercicio de los mandatos y su control; es falaz e inconveniente considerar que solamente ciertas materias o asignaturas jurídicas tienen que ver con la política, o que las ciencias exactas y quienes las estudian no tienen ninguna relación con la realidad social del país.

Las aulas de clase no son establos, son recintos para seres pensantes, sensibles y ojalá profundamente críticos consigo y con su entorno. Las cátedras no pueden cumplir un papel apenas instrumental, de información, el quehacer disciplinar y educativo se enriquece con las diferentes fuentes de estudio y análisis.

Lo que permite poner a prueba la educación recibida en la casa, las concepciones, lo que se considera son los valores o antivalores que rigen la vida del ser humano; es la deliberación y la mirada del otro. Ahí está el discurso de los padres, de los profesores, de los amigos, el envolvente y difundido mensaje de los dirigentes de turno y sus opositores; la educación no es para ocultar, es para liberar y formar estudiantes que actúen con criterio y responsabilidad.

La educación de calidad no depende de que la institución sea pública o privada, hay una sumatoria de factores que inciden, uno de ellos, es la asignación de los recursos suficientes para que en las universidades y colegios públicos funcionen adecuadamente.

En un país en el que la estigmatización y la desigualdad es evidente, se necesitan más escuelas y universidades que cumplan una función social, que no tengan dueños, ni estén regidas por familias, clanes o castas que hagan imposiciones políticas y que busquen el lucro, ni limitadas por dogmas ; establecimientos cuyos profesores ingresen por concurso de méritos, a quienes no se pueda vetar ni terminar su vínculo laboral por sus concepciones u opciones personales, escenarios educativos abiertos a todos los sectores de la sociedad, diversos, donde el ser, el sentir y disentir sea posible.

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