Cuando el arbitraje internacional era exótico, unas pocas firmas acaparaban el mercado. Ahora, es común ver a firmas de América Latina involucradas en estos casos. Sin embargo, muchos de estos practicantes están formados a partir del litigio doméstico y tienen hábitos que no se ajustan al arbitraje internacional.
¿Qué es la “domesticación” del arbitraje internacional?
“Domesticar” un arbitraje internacional es conducirlo como si fuera un proceso doméstico. Esto se ve, por ejemplo, en el manejo de los plazos de presentación de escritos y pruebas.
Si bien estos plazos deben ser respetados, es común ver practicantes que dan intensos debates por retrasos irrisorios, como si el expediente se cerrara igual que un juzgado, cuando un árbitro avezado verá estas discusiones como insustanciales, salvo que causen un perjuicio material.
Lo mismo ocurre con la renuencia a apartarse de las reglas procesales domésticas, aunque resulten impracticables, como plazos de 10 a 30 días para presentar escritos, sin evaluar si son razonables para preparar una defensa técnica.
En casos complejos, estos términos pueden ser insuficientes para recolectar pruebas, cuantificar daños o preparar una pericia.
¿Cómo afecta esto los arbitrajes internacionales?
El arbitraje internacional busca ser un mecanismo eficiente de solución de controversias. Dos de sus pilares son la flexibilidad del procedimiento y la autonomía de las partes, lo que permite que muchos problemas prácticos puedan resolverse mediante acuerdos.
Las dificultades con los plazos podrían resolverse con medidas como concesiones recíprocas o un calendario procesal adecuado. Sin embargo, la domesticación hace que estos temas se transformen en incidentes innecesarios.
Este problema suele extenderse a otros asuntos, como la forma de nombrar y recusar a los árbitros, aportar las pruebas o conducir la audiencia, lo que afecta la calidad del debate y el servicio prestado al cliente.
¿Qué puede hacerse para enfrentar estos problemas?
Tenemos que estar dispuestos a distanciarnos de las convenciones del litigio doméstico y aprovechar las características únicas del arbitraje internacional.
Por dar un ejemplo sencillo, la autonomía de las partes para definir el formato de un escrito no debería ser un motivo de desacuerdo sobre el número de páginas o el tipo de letra - lo que desgasta además a los árbitros - sino mejorar la calidad del proceso.
Además, la domesticación es una problemática multidimensional, así que también se presenta en árbitros acostumbrados a dirigir procesos locales o incluso centros de arbitraje habituados a administrar otras controversias.
Por fortuna, ya existen en Colombia iniciativas enfocadas en compartir las buenas prácticas del arbitraje internacional. Otra ventaja es que recientemente han ingresado al mercado firmas especializadas en estos procedimientos, que pueden contribuir al debate en la región.
Entretanto, la tarea de desmitificar el arbitraje internacional y sus dinámicas es un compromiso que nos interesa y beneficia a todos.
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