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OPINIÓN

Jim Crow

29 de enero de 2018

Canal de noticias de Asuntos Legales

Recientemente, la conocida presentadora estadounidense Oprah Winfrey pronunció un maravilloso discurso con ocasión de la entrega de los premios Globos de Oro 2018, en el que ofrecía su respaldo al movimiento #MeToo y sus valientes mujeres que últimamente han tenido el coraje de denunciar abusos sexuales, afirmando categóricamente que el tiempo se acabó (time is up!) para todos los hombres que por décadas han abusado de su poder brutal y que llegó la hora de que todas las mujeres que han sido desoídas o han guardado su secreto en silencio, se decidan por decir “A mí también”.

Winfrey recordó el episodio del bestial ataque y violación de Recy Taylor en 1944, a manos de seis hombres blancos armados, los cuales nunca fueron procesados a pesar de las evidentes pruebas recaudadas por Rosa Park, mujer valiente que años después se hizo famosa por haberse atrevido a mantenerse sentada en un bus público de Montgomery en plena vigencia de las leyes Jim Crow. Dicho acto de desobediencia civil sirvió como detonante para otros boicots y dio fuerza a los movimientos de derechos civiles, luego liderados, entre otros, por el reverendo Martin Luther King Jr.

Las leyes Jim Crow, promulgadas en los Estados Unidos entre finales del siglo XIX y la mitad del siglo XX establecieron la segregación racial de iure hacia los afroestadounidenses en los edificios y lugares públicos, al amparo del eufemismo “separados pero iguales”.

La discriminación racial se extendió a los colegios, las iglesias, los parques, el transporte y fue, incluso avalada por la propia Corte Suprema de Justicia en 1896 al fallar el caso Plessy vs. Ferguson, cuando declaró que las políticas de “separados pero iguales” eran ajustadas a la Constitución, lo que le dio piso a muchos años más de discriminación.

Muchos estados federales crearon requisitos legales artificiales para asegurar que los negros no pudiesen votar, usando pruebas de alfabetización, al tiempo de otras exigencias relacionadas con el lugar de residencia o la línea de descendencia.

Después de 70 años de discriminación oficial, en 1954 la Corte Suprema anuló, en decisión unánime, el caso Plessy por ser inconstitucional, dictaminando que la discriminación de iure en las escuelas públicas había llegado a su fin.

Luego, en 1965, la ley del derecho al voto eliminó todas las barreras artificiales que habían sido diseñadas para limitar el derecho al sufragio de los negros americanos.

Lo que más me impresiona al recordar estos episodios de la historia de discriminación de los Estados Unidos, es ver cómo las instituciones judiciales pueden ser utilizadas como mecanismos para asegurar una doctrina política, dando vestidura de legalidad incluso a las más aberrantes concepciones e influenciando de forma nefasta a toda una sociedad.
Incluso, se recuerda cómo algunos historiadores de la época afirmaban que la segregación del periodo Jim Crow había sido benéfica para los niños negros, pues lo contrario habría significado someterlos injustamente a sentimientos hostiles.

Nuestro país no es ajeno para nada a los problemas de discriminación racial y sexual, y aún son escasas las mujeres y las demás víctimas capaces de alzar su voz y decir “A mí también”. Ojalá nuestros jueces estén a la altura, sepan conducir con sabiduría los casos que lleguen a sus manos y aseguren que la práctica de las pruebas no termine siendo un nuevo suplicio para las víctimas.
Nota: Con pesar por la temprana partida de la enorme Dolores O’Riordan, líder vocal del grupo Cranberries, quien, a propósito, declaró en 2013 haber sido abusada sexualmente cuando tenía solo ocho años de edad.

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