Con mayor intensidad de vez en vez, las sociedades en Colombia, sin importar su tamaño, actividad o industria a la que pertenecen, están viendo la necesidad, como una buena práctica pero, también, como una estrategia propia de un gobierno corporativo sólido, a contemplar mecanismos adicionales a los que la normativa les imparte e implementar sus programas de integridad y canales de ética o denuncia, a estos asociados, de forma decidida.
Los programas de integridad, así, se convierten en mecanismos que, debidamente gestionados, se traducen en verdaderos agentes de transformación para las partes interesadas dentro y fuera de la sociedad, conteniendo lineamientos, políticas y procedimientos que imparten confianza, seguridad y transparencia. Al final, sobre sus cimientos, se edifica la cultura organizacional en materia de cumplimiento y la resolución de cuestiones asociadas a temas tan relevantes, como variados, como lo llegan a ser desde los principios y valores de la sociedad hasta el procedimiento en materia de conflictos de intereses, de ser un programa robusto.
Si bien la norma no implica u obliga a las sociedades a tener dicho programa dentro de aquellos que rigen su quehacer, como sí lo puede ser el Programa de Transparencia y Ética Empresarial en caso de cumplir con los requisitos establecidos para tal, su utilidad, en una ejecución juiciosa y minuciosamente desarrollada, ha permitido que se conviertan en referentes para la actuación a todo nivel al interior de las sociedades y, por ello, han trascendido de ser documentos meramente declarativos, a ser unos que realmente permean el ADN de la organización.
En ese mismo orden de ideas, los canales de ética o denuncia, relevantes en materia de prevención y conocimiento de conductas presuntamente yuxtapuestas a los lineamientos corporativos, normativos o de actuación de la sociedad, se traducen en agentes de verdadera transformación cuando, sobre estos, se conduce una cultura sana de apropiación por parte de los grupos de interés que le utilizarán. Su simplicidad en el uso, que parte desde el idioma, hasta la eficiencia que se tiene, desde la organización, para atender lo allí expuesto, son características que fortalecen una cultura de cumplimiento y sana convivencia al interior de la sociedad.
En resumidas cuentas, tanto los programas de integridad, como los canales de ética o denuncia, se han convertido, en el día a día, en dos grandes manifestaciones de cómo las buenas prácticas, a nivel organizacional, pueden (y deben) ser catalizadores que coadyuvan al crecimiento de la sociedad. Más allá de lo que la ley o la normatividad me impone, frase que es reiterativa cuando de cumplir se trata, las buenas prácticas se convierten, muchas veces, en los agentes transformadores reales al interior de la sociedad.
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